Política británica en el Río de la Plata

Javier Milei
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En una entrevista televisiva, el ministro de Economía, Luis Caputo, admitió que el Banco Central (BCRA) envió lingotes de oro a Inglaterra. De manera informal, dado que la entidad tiene 15 días para responder oficialmente, contestó al pedido de informe que realizó Sergio Palazzo, diputado y secretario general de La Bancaria, el gremio que nuclea a los trabajadores de las entidades financieras.


Caputo entendió que se trató de “una movida muy positiva del Central”, ya que a ese oro se le puede sacar un retorno, a modo de interés, a diferencia de cuando está en las arcas del BCRA. El dato que se le escapa al ministro de Economía es que, al estar en el extranjero, el oro se vuelve embargable.


Pero el vínculo entre Argentina e Inglaterra no es nuevo; ya en 1824, hace 200 años, el ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, negoció un empréstito con la compañía bancaria de Londres, Baring Brothers. El monto fue un millón de libras esterlinas, de las cuales solo llegaron menos de la mitad, y no en dinero, sino en papeles negociables. Los objetivos iniciales no se cumplieron y parte de este préstamo se destinó a la guerra con Brasil.
En 1940, Raúl Scalabrini Ortiz publicó el libro Política británica en el Río de la Plata, donde analizó en profundidad el accionar imperialista de Inglaterra en nuestro país, desde el otorgamiento de crédito como modo de disciplinamiento hasta el manejo de los ferrocarriles y el periodismo.


En este libro, Scalabrini Ortiz reflexiona: “Imaginemos una sociedad conjetural dotada de riquezas naturales y de hombres bien calibrados, pero desprovista de medios comunes de intercambio […] El labrador no podrá explotar el suelo por falta de instrumentos. El minero no podrá laborar sus yacimientos por falta de utensilios”. Y agrega más adelante: “Supongamos que llegara a esa sociedad un hombre provisto de oro que todos aceptaran como una medida común de los valores y que ese hombre hiciera llegar su oro por los instrumentos comunes: abriera créditos a los que quisieran trabajar, facilitara dinero para adquirir implementos al que se dispusiera a labrar la tierra, proporcionara fondos para sus herramientas al minero y al hombre que quisiera montar empresas de beneficio general”. El autor reconoce que “esa sociedad germinaría como la tierra reseca después de la lluvia”, pero dejaría un solo beneficiario: el prestamista del oro.


“Ese hombre sería el dictador de la colectividad. Sería un dictador oculto, silencioso, invisible, pero todopoderoso. Podría crear industrias con sólo proporcionar oro a los que se dispusieran a trabajar con ellas. Podría impedir que otras industrias se desarrollaran negándoles fondos. Podría manejar la opinión pública apañando a ciertos periódicos y negándole apoyo a otros. Podría orientar las corrientes comerciales sosteniendo a los que trabajan en un sentido” (p.50-51, 2001).


Para completar la analogía, deberíamos preguntarnos, siguiendo a Scalabrini Ortiz, ¿quién maneja y controla el oro en la actualidad? ¿qué función cumple este metal en una economía dirigida y controlada por entidades coloniales?
Más adelante, agrega nuestro autor que “desde 1810 a 1820, la táctica inglesa consistió en obtener el monopolio del comercio exterior y extraer mediante él todo el metálico que se usaba en los intercambios internos” (p.52). Es decir, los comerciantes ingleses no solo “exportaban los productos naturales”, sino que también “hacían emigrar todo el oro y la plata y el cobre que obtenían a cambio de sus mercaderías”. Así, concluye Scalabrini Ortiz que el Banco de Buenos Aires y el Banco Nacional (antecesor del Banco Central) siempre estuvieron bajo control de Inglaterra y que “la inversión de capitales extranjeros en el país ha tenido como consecuencia disminuir el oro y empobrecer el país”. Curiosa consecuencia para una ideología como el liberalismo que acusa a de “empobrecedor” a cualquier sistema de pensamiento contrario.


En diálogo con Ámbito Financiero, el economista Ricardo Aronskind afirmó que “con un Gobierno que no tiene ninguna preocupación por el tema soberanía, es bastante comprensible que estén siempre dispuestos a desprenderse de activos estratégicos”. Y agregó que “no es depositando el oro en el exterior con lo que se va a obtener recursos significativos para el país”.
Lo curioso es que, si no era por el pedido de informe de Sergio Palazzo, nadie denunciaba esta extracción irregular del oro hacia entidades bancarias inglesas. ¿Cómo es que la palabra “corrupción” no aparece en los medios de comunicación para referirse a este peculiar episodio? ¿Cómo no llueven las denuncias en Comodoro Py en contra de Caputo? ¿Permaneceremos impávidos viendo cómo la historia se repite nuevamente como tragedia?

*Director de Revista Punzó. Es licenciado y profesor en Letras, licenciado en Periodismo (UNLZ) Diplomado en ESI (DGCyE), Diplomado en Interculturalidad en la escuela (UCES), y Diplomado en Herramientas didáctico-pedagógicas para la implementación de las TICs en los procesos de enseñanza, UCES.

Por Marcelo Ibarra, director de la revista Punzó

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