El odio al espejo: por qué el que habita en un Procrear odia a CFK

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Por Juan Pueblo II

En la Argentina reciente se repite una paradoja que parece una caricatura sociológica: el beneficiario de unapolíticaredistributiva—comoelProcrear,nacidoen2012duranteelgobiernodeCristinaFernández de Kirchner— se define “antikirchnerista”, desprecia al Estado que lo ayudó y se enorgullece de haberlo logrado “solo”. Este fenómeno no es nuevo. Tiene raíces profundas en la estructura simbólica del país, donde la clase media vive obsesionada por diferenciarse del pobre, aunque cada crisis le recuerde su fragilidad.

Pierre Bourdieu ya advertía que “la pequeña burguesía se define menos por lo que es que por lo que no quiere ser: no quiere ser obrera, y sueña con ser burguesa” (La distinción, 1979). Esa tensión identitaria explica buena parte del odio social que se proyecta hacia el populismo, los subsidios o los programas sociales.ElqueviveenunbarrioProcrearnosoportaversecercadelanecesidad:necesitanarrarsecomo “merecedor”, no como “beneficiario”.

El relato meritocrático —propio del neoliberalismo— funciona como abrigo psicológico y como dispositivo de legitimación cultural. Como señala Antonio Gramsci, “el sentido común no es algo rígido e inmutable, sino el terreno donde se enfrentan las concepciones del mundo de las clases dominantes y subalternas” (Cuadernos de la cárcel, vol. 2). El neoliberalismo ganó esa batalla cultural al imponer un sentido común donde la desigualdad no es injusticia, sino resultado del esfuerzo diferencial.

Así, el beneficiario de un plan estatal no se percibe parte de un proyecto colectivo, sino héroe individual: “Yo pagué mi casa con esfuerzo, no con la ayuda de nadie”. El mérito se transforma en escudo moral: lo protege del estigma de la dependencia. De ahí surge la reacción visceral ante CFK: quien recuerda que hubo política pública detrás del sueño de la casa propia encarna una verdad insoportable.

Bourdieu definió la violencia simbólica como “la forma de imposición que logra que los dominados perciban las estructuras de dominación como naturales y legítimas” (La dominación masculina, 1998). Esa lógica opera también en lo político: el discurso mediático y cultural instala la idea de que recibir ayuda estatal es vergonzante, que “el Estado te mantiene”, que “te dan lo que no te ganaste”. Entonces el sujeto reacciona negando el origen de su beneficio, incluso odiando a quien lo implementó. Es una defensa psíquica clásica: el odio como mecanismo de negación. El odio al espejo que muestra la propia vulnerabilidad.

ElpsicólogoLeonFestingerexplicóque“cuandolascreenciasylosactosdeunapersonasecontradicen, surge una tensión interna —disonancia— que el individuo intenta reducir ajustando sus creencias” (A Theory of Cognitive Dissonance, 1957). El que habita en un Procrear pero detesta al kirchnerismo enfrenta esa disonancia: su bienestar material contradice su ideología antiestatista. Para resolverla, racionaliza: “No fue gracias a Cristina; fue un crédito del banco.” “Eso no era populismo, era para la clasemedia.”Deesemodologramantenerlacoherenciainternadesuidentidad,aunquealpreciodeuna distorsión de la realidad.

Gabriel Vommaro, en Mundo PRO (2017), analizó cómo el macrismo logró seducir a sectores medios y populares con un discurso de eficiencia, modernidad y superación personal: “El PRO ofreció a las clases mediasunaidentidadpolíticaquenosereconocíacomoideológicasinocomosentidocomún:ser

ordenado, trabajar, no quejarse y mirar hacia adelante.” Esa retórica capturó también a quienes, beneficiadosporpolíticasredistributivas,prefirieronalinearseconlapromesade“normalidad”antesque con la idea de justicia social. El “anti” se volvió un signo de pertenencia. No importan los hechos: importa la identidad emocional que produce el rechazo.

Pablo Alabarces, en Héroes, machos y patriotas (2016), describe cómo la cultura popular argentina construye identidades masculinas y nacionalistas basadas en la negación del otro: “El machismo político consiste en exhibir fortaleza despreciando la debilidad, que siempre se asocia con el populismo y la ayuda.” En esa clave, el odio a CFK —mujer, política, líder— condensa un rechazo simbólico al Estado maternal, proveedor, asistencial. El varón-proveedor, incluso precarizado, debe negar esa figura para conservar su lugar de autoridad.

El habitante del Procrear que odia a CFK no odia a una persona. Odia lo que ella simboliza: la evidencia de que su bienestar no fue solo fruto del esfuerzo individual, sino del Estado como instrumento de justicia. Odia el espejo que devuelve su imagen sin los adornos de la autosuficiencia. Odia saberse dependientedeaquelloqueaprendióadespreciar.Laparadojadeldesclasadoargentinoseresumeenuna frase de Bourdieu que parece escrita para nosotros: “La dominación es más fuerte cuando logra que los dominadosparticipenensupropiadominación.”Yeso—másqueunmisterio—eseltriunfoculturaldel poder.

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