Mientras el gobierno insiste en mostrar equilibrio fiscal y disciplina monetaria, la dolarización de carteras se acelera, las inversiones no llegan y la inflación vuelve a repuntar, configurando un escenario de fragilidad económica y tensiones políticas que amenazan con estallar en la previa electoral.
El gobierno de Javier Milei siempre fue la expresión de los anhelos más profundos del gran capital. Para la plutocracia que gobierna Occidente escuchar que un gobernante se considera a sí mismo “el topo que vino a destruir el Estado por dentro” y que afirma que “la justicia social es una aberración” no es solo música melodiosa, sino la expresión desbocada de sus deseos inconscientes más profundos, un sueño vuelto realidad. La lucha ideológica es permanente. Las burguesías del resto de la región anhelan encontrar a sus propios Mileis, mientras la gran prensa de los países centrales intenta, cada vez con menos eficacia, seguir vendiendo un presunto “milagro argentino”. El objetivo, nada oculto, es seguir gritando hacia el interior de sus fronteras que “el ultracapitalismo funciona”.
El detalle es que la lucha ideológica no puede sostenerse para siempre desvinculada de la base material. Siguiendo el comportamiento de salida de algunos fondos de inversión, o los magros resultados conseguidos hasta ahora por el RIGI, se vuelve cada vez más difícil tapar los números detrás de los números. No son pocos los analistas que advierten que, por alguna razón incomprensible para el mainstream, los capitales, en vez de entrar, no dejan de salir. A pesar del énfasis en cumplir los deseos de la plutocracia planetaria, desde desfinanciar a discapacitados hasta recortar fondos para asistir a niños con cáncer, la gente común que tiene excedentes financieros se empeña en dolarizarlos. Por más que se enfatice un equilibrio fiscal ficticio que traslada lo que se le recorta a las provincias y jubilados a las ganancias financieras, las inversiones extranjeras se empeñan en no llegar, los locales tampoco invierten y todos se volvieron “campeones que no se la quieren perder” y compran dólares.
El clima se volvió muy 2017, crece el déficit externo, cuya contraparte registral es el endeudamiento en divisas, y quienes pueden… compran dólares. El “plan platita” pre electoral es dólares baratos para todos y todas (los que tienen excedente). La superficie parece tranquila, pero la presión aumenta por abajo. La continuidad de la lucha ideológica que viene después de “los vetos a los vetos” de este miércoles es predecible. La prensa comenzará a decir “bueno, con los discapacitados y jubilados más pobres no, pero que la motosierra no se manche”. Pero el cambio de estrategia post derrota parlamentaria no evitará que, para los ojos de la población que cada llega con más dificultades a fin de mes, el fiscalismo bobo que solo beneficia al capital financiero se resquebraje por todos lados.
En este escenario, las elecciones de medio término serán el momento de la verdad política, aportarán el dato de si la población sigue creyendo que el Estado Hood Robin es el único camino, pero de ninguna manera serán el momento de la verdad económica. Dejando el modo 2017 para entrar al 2018, el momento de la verdad llegará cuando se acabe el financiamiento en divisas que sostiene un tipo de cambio que solo le sirve a quienes pueden seguir en la fiesta de dolarizar excedentes. En paralelo, los números de la producción y el empleo seguirán cayendo. Prever el resultado al final del camino solo demanda continuar las curvas ¿O alguien cree que hay más conejos en la galera del Toto?
Quizá aquí resida la respuesta real a la pregunta de por qué “todos compran”. Y el equipo económico, hay que reconocerlo, ayuda, gasta lo que no tiene para bajar unos pesitos el precio de un dólar que todos saben pronto volverá a subir. Los números dejan pocas dudas, según un reciente informe de la consultora Audemus, entre mediados de abril y fines de junio, las compras netas de divisas del Tesoro fueron de 4 (cuatro) millones de dólares, mientras que los privados compraron un récord de 10.008 millones. Esta dolarización es lo que suele (mal) llamarse “fuga” y que hoy funciona, de nuevo, como “plan platita”.
Pero luego de junio vino julio. Como el gobierno no había comprado reservas esperando la carroza de que el dólar se vaya al piso de la banda, y previendo el fin del período de liquidaciones del agro, comenzó finalmente a comprar divisas. Siempre siguiendo los números de Audemus, las compras netas de las tres primeras semanas de julio sumaron casi 1200 millones de dólares. Como el resultado fue la suba de la cotización del bien escaso dólar, para contrarrestarlo el BCRA empezó a operar con el dólar futuro y la suba de tasas. Todo marchó acorde al plan… bueno, a juzgar por las pérdidas patrimoniales de estas operaciones, más o menos acorde al plan. Quizá los mercados, que tienen su corazoncito junto al Presidente, pero operan con el bolsillo comenzaron a advertir que el verdadero riesgo del modelo no era precisamente el “riesgo kuka”, sino el de la mala praxis oficialista para gestionar la escasez de divisas.
Pero los malos diagnósticos oficiales no terminaron aquí. La evolución en torno al 3 por ciento de los precios mayoristas de julio difundida este martes por el Indec, cuando la suba del dólar se produjo recién en la segunda parte del mes, adelantaron que el “pass througth” de la devaluación, es decir el pasaje a precios internos de la suba del precio del dólar, nunca se fue, que no se trataba de un invento heterodoxo, sino de una dinámica clásica de la economía local a pesar de la caída de la actividad. Parece que, una vez más, la inflación no era un fenómeno exclusivamente monetario, sino de precios básicos.
En la práctica, los precios mayoristas siempre funcionan como un adelanto de lo que pronto sucederá con los minoristas. Agosto cerrará con una inflación por encima de los meses anteriores y septiembre podría ser peor, lo que sumado a la habitual demanda preelectoral de divisas, con carteras dolarizándose sin parar, configuran el peor de los escenarios para el oficialismo. Y todo ello sin adentrarse en el riesgo político, léase nerviosismo de los mercados, de un resultado electoral adverso o empatado de La Libertad Avanza en la PBA, con un mal septiembre proyectándose a un lejano octubre.
Fuente: El Destape