Entre 1881 y 1914, algo más de 4.200.000 personas arribaron a la Argentina. De entre ellos, los italianos eran alrededor de 2.000.000; los españoles, 1.400.000; los franceses, 170.000; los rusos, 160.000. La curva de la emigración muestra dos prolongadas fases de expansión cortadas por la crisis del 90 y sus secuelas temporales. En la segunda de las fases, la Argentina llegó a sus máximos históricos antes de la Primera Guerra Mundial. La Argentina recibió en este período un aluvión inmigratorio inferior al de los Estados Unidos, pero superior al de Canadá y Brasil.
Los rasgos de esta migración de masas no fueron diferentes de los del período anterior: predominaban los hombres jóvenes, de origen rural. El porcentaje de retornos, aunque fluctuante según las décadas y los grupos nacionales -· los italianos retornaban más que los españoles y éstos a su vez más que sirio-libaneses o rusos-, no dejaba de ser significativo: entre 1881 y 191O retornó el 36% de los inmigrantes. En esa década, a su vez, fue cuando se verificó el porcentaje más elevado de mujeres en el conjunto del movimiento hasta 1930. Los hombres arribados en esa década duplicaban a las mujeres (230 x 100), cuando el índice promedio del período de masas superaba largamente los trescientos hombres por cada cien mujeres.
Los inmigrantes tenían desde donde defenderse. Una vasta estructura comunitaria les brindaba todo tipo de servicios y asistencia, desde periódicos hasta sociedades de socorros mutuos, desde influencias políticas hasta bancos poderosos, algunos de los cuales, como el Banco Español y el de Italia y Río de la Plata, se encontraban entre los grupos privados más fuertes del país. De hecho, el Banco Español fue, luego del de Londres, el que mejor atravesó la crisis del 90, cerrando sus puertas un solo día. Por otra parte, no hay que olvidar que muchos de ellos habían alcanzado una sólida posición económica que no los hacía fácil mente vulnerables. Con todos los límites que tienen los datos agregados, los del censo de la ciudad de Buenos Aires de 1887 muestran que los inmigrantes europeos en conjunto eran propietarios del 90% de lo que se denominaba con criterio amplio “industrias” (dentro de ellos, los italianos eran omnipresentes con un 57% del total, a los que seguían los franceses con 15%) y también de los comercios de la ciudad, en los que los patrones inmigrantes empleaban a un 75% del total de empleados del rubro (los italianos un 39% y los españoles un 22%).
La marea inmigratoria continental no dejaba de crecer y en los primeros años del nuevo siglo llegaba hasta nuevas cotas, que en el promedio de la primera década del siglo alcanzaban a alrededor de 170.000 ingresos anuales. Cambios regionales y nacionales acompañaban la expansión del flujo migratorio. La inmigración italiana se meridionalizaba y la española se septentrionalizaba(el arco Cantábrico de Galicia y Asturias a Santander y el País Vasco aportaban dos de cada tres emigrantes); el flujo francés continuaba declinando. De algo más del 11% del total de arribados entre 1870 y 1890, había descendido al 4% en la década sucesiva y ahora al 2%. En cambio, ascendían los sirio-libaneses y otros grupos levantinos, en los que la heterogeneidad religiosa era una nota dominante (maronitas, musulmanes, ortodoxos, judíos). La gran mayoría de ellos era englobada bajo la denominación genérica de “turcos”.Por su parte, el componente judío europeo se hacía significativo, acompañando proyectos de colonización impulsados por la JewishColonizationAssociation. Aunque también en este caso es difícil estimar su número, dadas las diversas nacionalidades, un indicador es el crecimiento de los inmigrantes de nacionalidad rusa (pero no todos eran judíos), que aumentaban también del 2,5 al4,5% del total en la década y media anterior a la Primera Guerra Mundial. Estos dos últimos grupos, “rusos” y “turcos”.
En la corriente italianalos emigrantes del norte ceden paso, de manera gradual, a los jornaleros rurales y trabajadores no calificados originarios del sur (Nápoles, Sicilia y Calabria). Como en otras áreas europeas, en Italia, la transformación económica y social de las estructuras preindustriales, el crecimiento demográfico y la ruptura y reestructuración de antiguos sistemas familiares de transmisión de la propiedad, impulsaron la salida de población hacia destinos migratorios europeos o ultramarinos desde dis tintas regiones en momentos diferentes. Así, a las crisis agrarias en el Piamonte, Lombardía y el Véneto una parte de la población respondió emigrando (de manera temporaria o definitiva) hacia el Río de la Plata en los últimos años de la década de 1870. Del mismo modo, veinte años más tarde, la acelerada subdivisión de la tierra (sustentada en parte en la práctica de repartir la propiedad rural entre todos los hijos), la caída de los salarios rurales, y la crisis agrícola que afectó al Mezzogiorno, precipitaron la emigración, que irrumpió como un fenómeno nuevo en el sur de la península y que a la vez produjo un cambio sustantivo en la composición de la corriente italiana que llegaba a Buenos Aires.
En el caso español, la migración hacia el Río de la Plata también tuvo una fuerte impronta regional.Estuvo sustentada en una antigua tradición colonial que encontró un punto de ruptura en tiempos de las guerras de la Independencia, y una recuperación en los años centrales del siglo XIX con un flujo compuesto en su mayoría por gallegos, asturianos y vascos. Observado en escala regional, el rasgo más notorio del flujo español es la persistencia de una larga tradición de migración gallega en la que algunas provincias y comarcas específicas mantienen durante décadas el vínculo con la Argentina. Por ejemplo, hasta los años 1860, la mayor parte de los gallegos que llegaban a Buenos Aires provenían de Pontevedra y de La Coruña. Empero, durante la última parte del siglo XIX, la informa ción sobre las posibilidades del país como destino migratorio fue extendiéndose de manera lenta pero constante desde el litoral marítimo al interior de Galicia, de modo que, durante los primeros años de la década de 1900, Orense y Lugo proporcionaron casi la mitad de la población gallega que emigraba hacia Buenos Aires.
Los gallegos en Argentina cuentan con 168.263 habitantes hacia el año 2015, concentrados principalmente en la ciudad de Buenos Aires y, en menor medida, otras provincias argentinas. Los gallegos emigraron entre los siglos XIX y XX, huyendo de la hambruna, la falta de trabajo, búsqueda de progreso social y las presiones políticas, siendo Argentina el principal país de la diáspora gallega.Se estima que desde 1857 a 1960 se afincaron en Argentina 600.000 gallegos.
La ciudad con el segundo mayor número de población gallega del mundo, luego de Vigo y —según otras fuentes en competencia con La Coruñaes Buenos Aires (denominada en gallego «Bos Aires»),donde en las primeras décadas de los años 1900 los gallegos constituían el grupo de inmigrantes extranjeros más numeroso. Incluso había más gallegos en la capital argentina que en la propia Galicia.[5] Para 1910 Buenos Aires era la mayor urbe gallega del mundo, con 150.000 nativos de Galicia que representaban entre el 8 y el 10 % de la población total de la ciudad,[3] a comparación con los 60.000 habitantes que tenía La Coruña para esa misma fecha. Aún hoy en día Argentina es el país del mundo fuera de España con mayor presencia gallega. Esto le ha dado el mote a Buenos Aires de la «quinta provincia gallega». Se estima que el 65 % de los descendientes de españoles en Buenos Aires y Gran Buenos Aires, descienden de gallegos.[21]
Por Alejandro Franchini