. Aforismo 113. Friedrich Nietzsche, Filósofo y poeta.
- “El cristianismo como antigüedad. – Cuando en la mañana de un domingo oímos vibrar las viejas campanas, preguntamos: ¿Es posible que se haga esto por un judío, crucificado hace dos mil años, que se decía el Hijo de Dios? Falta la prueba de tal afirmación. Seguramente la religión cristiana es en nuestros días una antigualla subsisten de tiempos muy remotos, y el hecho de que se preste asenso a tal afirmación – cuando a la vez se ha llegado a ser en lo demás tan severo–, es tal vez la demostración más antigua de atavismo. Un Dios que hace hijos a una madre mortal; un sabio que recomienda no trabajar, no tener tribunales, sino estar atentos al fin inminente del mundo; una justicia que acepta al inocente como víctima expiatoria; aquel que manda a sus discípulos beber de su sangre; oraciones para obtener milagros; pecados cometidos contra un Dios, expiados por un Dios; el temor de un más allá cuya puerta está en la muerte; la figura de la cruz como símbolo, en un tiempo que no conoce ya la significación y la vergüenza de la cruz, ¡qué sensación de escalofrío brota de todo eso!”
¿Es libre quien tiene que fijarse en los actos y creencias de los otros?, ¿O está atado a la criticar al otro, a observarlo, para poder articular algún pensamiento?
Reflexión sobre el Aforismo Nª 113.
¡Pero si de eso se trata!, su persistencia en la historia. Lo vano, lo superficial, lo comercial es lo que se desvanece en poco tiempo. ¿En qué quedamos?, si persiste en el tiempo es costumbre, y lo tenemos que cuestionar, pero si solo es fugaz, a no, eso es superficial, carece de valor, es efímero, no es útil. ¿Será la idea, no dejarnos nada?
Tal vez el replicar de las campanas solamente interrumpían su sueño, por eso estaba tan molesto, o como un adolescente, que se queja de su padre, de como este se gana la vida para sí y su hijo, que como ya era hijo, no necesitaba conseguir su mantención, y por eso estaba en condiciones de exigir una prueba de aquel judío crucificado como representante de Dios, y desde su comodidad burguesa se repetía una y otra vez, ¿será posible?, será posible que estos pobres, artesanos, campesinos, sean tan tontos y crean en esto. Yo, el Sr. Nietzsche, el burgués inteligente, les aviso a estos imberbes, que esto es anticuado, que su vida está siendo manejada por el pastor que él viene a desenmascarar.
Pero no late en su inteligencia, en su pequeño mundo, que aquellos artesanos, campesinos pobres, son quienes mantienen su cómoda vida burguesa, quienes escuchaban y pagaban a su padre, para que este a su vez mantenga a su hijo. Sí, es cierto, todo es muy raro ante un estudio minucioso, pero de eso, en la vida diaria de aquellos que tienen la necesidad de colmar el hambre todos los días, no se habla, solo creen un rato el domingo tras el llamado de las campanas, para luego volver a su devenir, sin tiempo, solo en un espacio, en un lugar, el que les deja su existencia, existencia que no eligieron, que solo esta.
Señor Nietzsche, es usted insensible con su pueblo, un pueblo desbastado por la guerra, es Usted insensible con las generaciones venideras, solo nos legó totalitarismo de un sujeto transformado en “superhombre”, sin sentimientos para con el otro. Bien le hubiera quedado ser poeta, literato, y no incursionar en la filosofía, para solamente dejar crítica a lo establecido, sin construir algo nuevo positivo. Lo suyo era la Filología, estudiar las culturas de los pueblos, y no opinar “sobre” la cultura de los pueblos y querer enseñarles en que creer.
Cuál es el problema de un dios que engendra con una mujer mortal, por que exigir prueba de Dios, ¿acaso Usted no escuchaba la música de Wagner?, ¿y que es la música de Wagner?, sino un montón de campanas sonando en forma coordinada, y solamente para aquellos que les gusta. Pero eso estaba bien, porque era la alta sociedad, la culta sociedad que creía en la música y la poesía como liberadora. Lo criticable era lo de ellos, los pobres que solo realizan tareas manuales, casi pegados a los animales, humanos débiles, que desde los griegos equivocaron el camino, por confiar en lo apolíneo.
Si, Apolo demuestra la mesura, la bondad, lo sensible hacia el otro ser, el cristianismo es eso, es debilidad, debilidad que mantiene la vida, una debilidad necesaria para la fortaleza, como es necesario el esclavo para la existencia del amo. No hay Dionisio sin Apolo, no hay vida sin muerte, no hay milagro sin oración.
¿Cómo creer que algo así sea todavía creído?, ¿pero que es creer, que es todavía, hay un tiempo acaso, que estaremos en condiciones de decir, no creemos en la cruz?, pero si la cruz no existe, ¿esos mismos palos pueden estar en forma de X?, entonces lucharemos para dejar de creer en X. Es cómodo cuestionar lo dado, es fácil para alguien que se alimentaba a diario, decir que el pan de ayer esta duro.
Cuidemos el sistema, evitando que el sistema nos devore, mantengamos el equilibrio, pero siempre sobre la cuerda, y mientras más fina la cuerda, más movimiento nos exigirá, pero mantengamos la cuerda, no la cortemos, pues la caída puede ser eterna.
¿Qué puedo decir Yo como latino, del poder de la cruz, del Dios crucificado que es amor, un amor que líquido a todos mis antepasados, que, para mostrarnos la civilización europea, uso los métodos más incivilizados? Reconozco los rostros de aquellos en los pastores de hoy, pero no es acabando con ellos como salvare a los mártires de la conquista, tengo que estar al lado de ellos, mostrarles que existimos, ¿y no es acaso hoy así? ¿No tiene el cristianismo un representante mundial Latino producto de la conquista?
Él es producto de un remotísimo pasado, él es ser humano, representante de lo que somos, humanos, con Dionisio y Apolo a cuesta, con Nietzsche y San Agustín en su interior, somos porque somos un sistema, el sistema es humano, el humano es sistema. Creer, negar, es sistema, criticar al sistema es criticarnos, destruirlo, es destruirnos, hacerlo crecer es crecer en humanidad.
Por el Filósofo y conductor radial de América para los americanos, Marcelo Rippa.