La pelota desclasada y sin Navidad para la clase obrera

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El estereotipo de clase obrera saliendo de una fábrica como en una película de los hermanos Lumière, con las manos manchadas de grasa y la frente empapada de sudor, con interminables turnos en la cadena de montaje, con vidas austeras en barrios del extrarradio, parece un retrato de un tiempo pretérito, casi desaparecido.

Según las encuestas, solo una mínima parte de la sociedad se considera de clase trabajadora, aunque trabaje; sin embargo, una inmensa mayoría se autopercibe como de clase media (alta, media, baja). Existe una fuerte divergencia entre los resultados empíricos y la percepción de los hechos. Ahora que todos somos clase media, y obreros son los otros, tal vez la sumisión atávica de una vergüenza inducida esté en el origen de los movimientos políticos que nos traen de cabeza. La conciencia de clase ha desaparecido, y no puede haber Navidad para una clase que no existe.

A la pelota le sucede algo similar. Se tiene la sensación de que ha desaparecido su condición de clase. Es una desclasada. La han despojado de su fuerza poética y narrativa, algo que nos estremece por su antigüedad histórica y su equivalencia con la lejanía de su arraigo en nuestra memoria personal: y no ya con nuestra memoria consciente, tan limitada y tan infiel, sino con la otra más profunda, la que responde a un apasionamiento que el recuerdo voluntario no puede invocar. En este coto para millonarios y enjuagues de instrumentos opacos que es el fútbol de hoy se revive el viejo despotismo de los latifundios, en la codicia de poner puertas y alambradas al campo… de juego. Se muestra crudamente desde el Ejecutivo la evidencia de una política de agresividad y hostigamiento al fútbol argentino. Algo que tiene que ver con lo que se respira en el aire, ese sentimiento de que no está en nuestras manos la deriva que sufrimos, que otros decidirán por nosotros si el infierno aumento o se reduce.

La Navidad es música de villancicos. Al sentir que suena en el aire noche de amor, a la clientela se le ablanda el corazón y de la mano del reflejo condicionado se va directamente de compras. Cuando suene “Noche de paz” te verás sin saber por qué con una bolsa de grandes almacenes en la mano. El villancico sube y baja por las grandes escaleras, se disemina por todas las secciones, penetra en los probadores, en los baños, y te persigue por todas las plantas, profetizando las bondades del consumo enajenado. Sabemos que no hay Navidad para todos. No la Hay. No la hay para los desprotegidos, los indefensos, los vulnerables, los invisibles, los expulsados del sistema. Hace tiempo que vamos por la vida con el ceño fruncido en un gesto de dureza para disimular que nuestros huesos son de gelatina.

Ahora que todos somos clase media, es necesario saber que ahí afuera hay otro mundo, que supura, que no se ve, pero respira, más lento, más pausado. Que no está de fiesta, está de sacrificio.

Por Jose Luis Lanao

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