LOS QUE ODIAN LO QUE LOS SOSTIENE

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Diálogo mayéutico – Año 25


—Mirá si no es loco, Carlos —dijo Cello, golpeando el pocillo—. Este país es un desastre. Los K lo destruyeron todo. Milei tiene razón: hay que prender fuego todo y arrancar de cero.

*—¿Y de qué parte querés empezar? —preguntó Carlos con serenidad—. ¿De tu casa, del trabajo de tu mujer o del hospital donde te atendieron gratis cuando te rompiste el tobillo?*

—No, bueno… eso sí —balbuceó Cello—. Pero basta de vagos, basta de planes, basta de esos negros que viven de arriba.

*—¿Vos decís los mismos que pagan el IVA con cada paquete de fideos que compran?*

—No, no, esos no… los otros, los que reciben subsidios.

*—¿Como vos cuando el Estado te dio el PROCREAR a treinta años con tasa negativa y pudiste tener tu casa?*

Cello bufó.

—Eso fue distinto. Fue una vez.

*—Claro —dijo Carlos—. Cuando el Estado te ayuda a vos, es mérito. Cuando ayuda a los demás, es populismo.*

Claudia se metió en la charla:

—Yo no necesito nada del Estado. Tengo mi comercio, gracias a Dios. Pero estos gobiernos de mierda arruinaron todo. Los impuestos, la inflación, los planeros…

*—¿Y quién te compra, Claudia, cuando los pobres, los negros, los planeros no tienen plata?* —replicó Carlos—. Si bajás los sueldos y subís las tarifas, la gente deja de consumir. Vos vivís del bolsillo de los que hoy despreciás.

—No, no, lo que pasa es que antes la luz estaba regalada. Todos con el aire prendido todo el día, esos negros con los splits, se iban y lo dejaban prendido para volver a la casa fresquita. Así no hay país que aguante.

*—Y mientras vos, que vendés menos por culpa de las tarifas y la recesión, defendés a los mismos que te hunden —le respondió Carlos—. Eso sí es un acto de fe. Pero fe en el

verdugo.*

Germán, que hasta ahí escuchaba masticando bronca, intervino:

—El problema son los K, viejo. Y los zurdos. Se creen dueños del país. Por eso banco a Macri y ahora a Milei. Por fin alguien que los va a poner en su lugar.

*—¿Y vos laburás, Germán?*

—No, ahora no. Estoy viendo si sale algo. Mi mujer es manicura y peluquera, labura en casas, en el barrio o en salones cuando la llaman. Con eso tiramos. Yo busco de un lado a otro, changas, cosas sueltas, pero no hay estabilidad. A veces vamos a Brasil cuando a ella le sale más laburo allá… a veces nos mudamos al país de donde ella es nacida, cuando el ladrón de Lula hace que tengamos trabajo.

*—Entonces vivís del esfuerzo de una mujer trabajadora, y mientras tanto repetís el discurso del mérito y la libertad —dijo Carlos, sin elevar la voz—. Terminaste el secundario en una escuela nocturna que abrió el peronismo, te operaron gratis en un hospital público, viajás por los subsidios al combustible, y aún así odiás al Estado. ¿No te parece curioso?*

—Los milicos por lo menos ponían orden —dijo Germán, ya rojo—. No como estos zurdos de mierda que regalan todo.

*—Sí, ponían orden —dijo Carlos—. Pero en los cementerios.* Hubo un silencio espeso. El aire del bar olía a gas y resignación.

*—Mirá —continuó Carlos—, ustedes tres odian lo que los sostiene: Cello odia al Estado que le dio su casa; Claudia odia a los que le compran; Germán odia al país que todavía lo alimenta. Repiten frases que escucharon en la tele y las convierten en dogmas. Dicen que los pobres son el problema, pero sin pobres no tendrían ni clientela, ni empleados, ni discurso. Odian a los negros, pero viven gracias a ellos.*

Cello hizo un gesto de fastidio.

—Vos hablás lindo, Carlos, pero este país está podrido.

*—No, Cello. No está podrido. Está confundido. Y mientras el odio sea el idioma común, el fuego de la patria se va a ir apagando. La culpa no es del pueblo: es del veneno que le hicieron tragar.*

Claudia suspiró. Germán miró el celular buscando titulares que lo tranquilizaran.

*—Cuando el pueblo odia al pueblo —dijo Carlos levantándose—, los de arriba brindan en copas de oro. Pero todavía hay brasas encendidas. Lo importante es no dejar que el viento de la ignorancia las apague.*

Carlos dejó la propina sobre la mesa y salió sin mirar atrás.

Afuera, la tarde era gris, pero en el aire se sentía el olor de algo que, pese a todo, seguía ardiendo.

Un cuento cualquiera en cualquier Jaula de Zoológico de Argentina – Año 25 **Guión: Juan Pueblo II**

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