Por Federico H. Vinciguerra Bertone
“Cuandotuautopercepciónnosoloeserradasinoquedañaamiles— oda a soltar las propias imbecilidades para garantizar un futuro a los hijos de tus hijos.”
- La herramienta definitiva: el yo fingido
Vivimosunaeradondelaalienaciónalcanzósuformamásperfecta:yanoseimponedesde afuera, sino que el propio individuo la reproduce desde adentro. Las redes sociales no son simples canales de comunicación, sino fábricas de autopercepciones. Allí, cada sujeto construye un avatar pulido, brillante, ficticio, que reemplaza poco a poco a la persona real. El yo deja de ser vivido para ser administrado, retocado, editado. Lo humano se transforma en un perfil, y la existencia, en un catálogo.
- De Marx a Orwell: la mutación del control
Si en el siglo XIX la alienación se medía por la pérdida del vínculo con el trabajo, y en el siglo XX por el consumo masivo, en el XXI se expresa como pérdida del vínculo con la verdad interior. George Orwell imaginó en 1984 un poder que oprimía mediante el miedo, la vigilancia y la censura. Hoy el control no necesita del Gran Hermano visible: cada usuario lleva su propio dispositivo de vigilancia, publica voluntariamente su vida, y ofrece sus emociones al algoritmo. La servidumbre es voluntaria y hasta placentera.
- De Huxley a Silicon Valley: el placer como anestesia
AldousHuxley,enUnmundofeliz,advirtióqueeldominiodelfuturonoseríaporeldolor, sino por el placer. En lugar de censurar los libros, bastaría con crear una sociedad tan distraída que nadie quisiera leerlos. Hoy ese soma se llama dopamina digital: likes, notificaciones, filtros, viralidad. El sujeto moderno ya no teme al poder: le agradece su entretenimiento. El castigo de Orwell se transformó en la recompensa de Huxley.
- El espejo del algoritmo
Las plataformas no reflejan lo que somos, sino lo que el sistema necesita que seamos: consumidores dóciles, opinadores previsibles, soldados de causas vacías. El yo digital se vuelveunaherramientadepredicción,clasificaciónyventa.Laidentidadesunproductode mercado. La autenticidad, un riesgo que el algoritmo penaliza.
- La ficción del yo libre
Elneoliberalismodelasredeslogróelmilagro:quelagentedefiendasujaulacreyendoque es su espejo. Cada usuario se siente protagonista, pero en verdad actúa en un guion ajeno. Nohaycensura,porquenohacefalta:bastaconquelagenteseautocensureparaencajaren lanarrativademoda.Elmiedode1984ylafelicidaddeUnmundofelizsefundenenuna
nueva prisión: la del ego digital satisfecho.
- Los hijos del odio ajeno: el pobre contra sí mismo
En todos los barrios, trabajos y grupos de amigos hay alguien que encarna esta tragedia moderna: el hombre o la mujer humilde que, moldeado por los medios y las redes, odia a quienesalgunavezledevolvierondignidad.Sonlosquedenigranalosgobiernospopulares que les garantizaron derechos, educación o jubilación; los que se burlan de los planes sociales sin advertir que ellos mismos sobreviven en la informalidad; los que desprecian a los pobres para sentirse distintos, superiores, aunque compartan la misma carencia. Este fenómeno no nace de la maldad, sino de una profunda alienación emocional: el sistema los convence de que su frustración tiene un culpable visible —el peronista, el piquetero, el trabajador organizado, Lula o cualquier líder que hable de igualdad—, mientras los verdaderos responsables del saqueo económico quedan invisibles, impunes y hasta venerados. Un ejemplo tangible de esta alienación cotidiana es escuchar, muy suelto de lengua, al pariente, amigo o colega decir: “Está bien que nos aumenten la luz, pagábamos muy poco, estaba regalada.” o “Con Cristina los negros dejaban el split todo el día prendido, inclusive cuando se iban de sus casas.” Frases lanzadas con soberbia desde cabezas con el cerebro en off, incapaces de advertir que quienes sostienen esos juicios ni siquieragarantizanaireclimatizadoasuspropioshijos.Vivenencasaspagadasadospesos por programas como PROCREAR, financiados por los mismos gobiernos a los que hoy odian y denigran. Ejemplos claros de cómo el sistema logra que el beneficiario del derecho repudie al que se lo otorgó, por el solo placer de sentirse moralmente superior.
- Epílogo: la rebelión del silencio
La resistencia, en este contexto, no será un grito sino un gesto: apagar el espejo. Redescubrir el cuerpo, la palabra sincera, el contacto humano. Volver a hablar sin filtros, a escuchar sin algoritmos, a pensar sin hashtags. En tiempos de confusión, atreverse a pensar por cuenta propia es el único acto verdaderamente subversivo.
“Cuandotuautopercepciónnosoloeserradasinoquedañaamiles,ya no se trata de una simple estupidez individual, sino de una forma de traición colectiva. Soltar las propias imbecilidades es, a veces, el único acto de amor posible hacia el futuro de los hijos de tus hijos.”



