Por Juan Pueblo II (Buenos Aires, octubre de 2025)
- El país del abismo
En 2003 la Argentina era un territorio moralmente devastado. La miseria y la desocupación eran heridas abiertas. Pero lo peor no era la pobreza material sino la renuncia colectiva a creer. Como diría Antonio Gramsci, “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Néstor Kirchner irrumpió justamente en ese claroscuro. No prometió milagros; propuso reconstruir lo posible: la confianza, el Estado, la memoria.
- La reconstrucción del Estado
Kirchner entendió que refundar significaba volver a poner al Estado de pie frente al mercado. En cuatro años, el país redujo el desempleo del 24 % al 8 %, pagó al FMI, multiplicó la obra pública y reabrió las fábricas. Feinmann escribió que “Kirchner fue el primer presidente que quiso pensar al peronismo no como nostalgia, sino como tarea”. Y esa tarea fue devolver a la política su capacidad de crear destino colectivo. La recuperación del Estado no fue tecnocrática: fue moral. En palabras de Horacio González, “su gobierno inauguró una ética de la reparación: un Estado que vuelve a hacerse cargo de los caídos del sistema”.
- La deuda y la dignidad
Cuando Kirchner canceló la deuda con el FMI, la Argentina no solo liberó recursos; recuperó su voz. Fue un gesto de independencia política. “Los pueblos dignos
—recordaba Gramsci— no piden permiso para existir”. Ese acto sintetizó una concepción de soberanía que ningún tecnócrata puede comprender: la dignidad no se cotiza en Wall Street. Feinmann escribió en 2006: “El gesto de Kirchner al pagar al Fondo fue una escena metafísica: el Estado devolviéndole a la Nación su autoestima”.
- La política vuelve a mandar
Kirchner fue el anti-gestor. En lugar del cálculo, la convicción. González lo describió como “un hombre de pasiones políticas en un tiempo de gestores vaciados”. Y tenía razón: Néstor gobernó como quien pelea cuerpo a cuerpo con la historia. La renovación de la Corte Suprema, los juicios por delitos de lesa humanidad y la reapertura de fábricas fueron decisiones que volvieron a unir justicia y política. “Un Estado vale por los sueños que protege”, escribió Rodolfo Kusch, y el kirchnerismo fue, en esencia, una protección de los sueños postergados.
- La patria grande y la memoria
El kirchnerismo entendió que ningún proyecto nacional es posible sin un horizonte continental. Junto a Lula, Chávez y Evo, Néstor reencendió la llama de la Patria Grande. Feinmann lo definió como “el último político que creyó que América Latina podía volver a pensar su destino”. En Mar del Plata, cuando dijo “ALCA, al carajo”, condensó un siglo de luchas por la independencia económica. Fue el eco de San Martín y Bolívar, pero también la actualización del sueño de los pueblos del sur.
- El legado moral
“Hay hombres que son pueblos enteros”, escribió León Gieco en una canción dedicada a Néstor. Su muerte no cerró una etapa: la multiplicó. Para González, “Kirchner fue un mito político fundante: el mito de la reparación”. Para Feinmann, “fue el primer presidente que comprendió que la historia no se estudia: se continúa”. Y para el pueblo, fue la certeza de que la política aún podía ser un acto de amor. Gramsci decía que “el pesimismo de la inteligencia debe equilibrarse con el optimismo de la voluntad”. Néstor Kirchner fue exactamente eso: voluntad en tiempos de desesperanza. La Argentina que refundó Néstor Kirchner fue la que volvió a creer que la historia es una tarea colectiva. Una Nación que recuperó su palabra, su trabajo, su memoria y su dignidad. La que entendió que la Patria no se hereda: se construye, se defiende y se sueña.