En 1935, en plena “década infame”, Saúl Taborda escribió una profunda reflexión sobre el crimen de Barranca Yaco y la figura de Facundo Quiroga. Su meditación, cargada de sentido histórico y político, sigue interpelando a una Argentina que aún busca su destino.
Hace casi un siglo, en plena “década infame” (1930 – 1943), siguiendo la huella de ese pensamiento nacional que había formado parte de los hombres de la Generación del ’80 y de la Generación del ‘900; de aquel Joaquín V. González que había conocido Miguel Ángel Cárcano en 1909; de ese Ricardo Rojas de “La Restauración Nacionalista” (1910), que reivindicaba la educación nacional; y del yrigoyenismo que FORJA rescataría para la historia y lo haría trascender en un nuevo movimiento nacional: el peronismo; en febrero de 1935, desde el primer número de su revista “Facundo”, a través de la que llamara “Meditación de Barranca Yaco”, Saúl Taborda reflexionaba sobre los caracteres de un país de dos caras a mitad de camino de su realización:
“Desde hace un siglo -escribía- arrastramos una vida falsificada. Falsificada es nuestra política que manejan mesnadas que desconocen y bastardean el principio esencial de la autodeterminación de los pueblos; falsificada es nuestra ciencia que prefiere el rigor de la disciplina filosófica, la técnica mera y simple puesta al servicio de la ganancia profesional, tanto más proficua cuanto menos se sabe responsable; falsificado es nuestro arte y nuestro pensamiento que no se nutren de la continuidad espiritual impresa en el idioma sin que se concreten a ser sombras chinescas de otros pueblos que labran con amoroso tesón las canteras de sus viejas culturas; falsificados nuestros hábitos y nuestras costumbres; antaño, sobrios y fuertes, estragados, hoy, por un falso refinamiento que multiplica las necesidades civilizadas en procura del consumo por la ganancia que supone; falsificado en nuestro concepto del trabajo que no es ya función del hombre al servicio de la comunidad sino sacrificio impuesto por el afán de lucro que lo explota y lo degrada; falsificada es nuestra economía que ya no es la economía de la metrópoli española, pero que es el feudalismo capitalista que maneja a su arbitrio y voluntad el fondo económico de que se forman los elementos vitales de las comunidades; falsificado es nuestro sistema institucional a cuya sombra de manzanillo nuestra vocación federalista y comunal languidece afrentada por la limosna de la pañota que le arroja el poder central enriquecido con el empobrecimiento de las provincias, pero empobrecido el mismo por su total carencia de la comprensión de nuestro destino”.
Lo decía un hombre que había encabezado la rebelión política de la Universidad y de una sociedad que acompañaba su reforma en 1918 y era a esa altura un reputado literato, dramaturgo, filósofo, pensador y pedagogo nacional del interior argentino.
“¿Recogeremos alguna vez la lección del héroe que duerme en el dolmen de Barranca Yaco?”, se preguntaba el pensador provinciano, marginado de las luces de Buenos Aires, aunque nunca marginal, porque, como pocos, Taborda se plantaba en el centro de los problemas argentinos desde tierra adentro. Su meditación era el intento de darle respuesta a semejante pregunta, cuyo eco todavía resuena en el monumento de nuestros olvidos, omisiones y capitulaciones.
“¿Dormís paisanos?”
Así concluía Taborda su meditación sobre Facundo, que a nosotros se nos ocurre el disparador de nuestra propia reflexión a casi cien años de prorrumpida aquella.
Efectivamente, “el propio nomenclador oficial, tan dado a la exaltación de efemérides banales y tan pródigo en homenajes a especuladores y agiotistas especuladores, no registra, para su memoria, ni una aldea, ni una plaza, ni una calleja suburbana: apenas si una leyenda indicadora, dispuesta en la encrucijada de un camino impreciso, noticia al afán de cuenta kilómetros del turista despreocupado, la presencia de un lugar ligado a un crimen lejano: Barranca Yaco. Y nada más. Pues, más allá de la leyenda indicadora está el silencio de la llanura, infinito como el silencio de almas de la consigna convenida”.
¿De qué hablaba Taborda? ¿Hablaba del crimen de Barranca Yaco y de su protagonista, o de la historia, la vida y la cultura argentina? Dejemos que él mismo nos responda.
“La pregunta viene cargada de resonancias más profundas” y la respuesta nos da pautas para la comprensión de nuestra historia y la ponderación de nuestra cultura nacional en esta hora, pues “no se trata ya del crimen como crimen codificado”, “lo que importa averiguar es su repercusión en la dirección histórica relevada por la voluntad de Mayo”.
En plena “década infame” (como si fuera hoy), “la civilización europea (o extranjera) -meditaba Taborda- puebla la inmensa superficie de la república”, y “ya se anuncia como inminente, como hecho cierto, el arribo cauto y sigiloso de los grandes capitales que desertan de las condiciones inhóspitas de pueblos agobiados por el Tratado de Versalles y de los Estados Unidos, sofocados por los escudos de Tarpeya de la guerra, que ensayarán aquí -es su sino- la constitución de un imperio capitalista más vacuo, más brutal y más teratológico (anormal, monstruoso, deforme), acaso, que todos los imperialismos soportados hasta ahora”.
Pues bien, “¿integra ese acervo un sistema económico genuinamente nuestro, dispuesto para el destino de nuestra comunidad según un orden responsable del destino de nuestros hombres?”, se preguntaba por entonces el pensador nacional.
“Responda el sembrador y el ganadero (sic) si es verdad que el producto de su esfuerzo -el trigo de uno y el ganado del otro- les pertenece, en realidad, o si pertenece a la banca internacional que se los arrebata de las manos para acrecentar las ganancias de los adinerados de Londres, de París y de New York”.
“¿Es esta la realidad que se propuso alcanzar la voluntad de Mayo?”, se interrogaba Taborda y nos vuelve a interrogar en el presente.
De Mayo a nuestros días
“Mientras más se agudiza la crisis en la que se hunde el materialismo capitalista, encenagado hasta el hocico en la idolatría de Mammón (dios del dinero y de la avaricia), más claramente vamos viendo que, por lo que concierne a nosotros -allí Taborda une su meditación con el caudillo asesinado-, fueron los caudillos -sí, los caudillos, esos magníficos ejemplares humanos retoñados en raigón castellano en tierra americana- los auténticos portadores de la voluntad de Mayo”.
Sin embargo, “para la impaciencia de la cultura -o de la irracionalidad en la que ha devenido la “civilización”-, el caudillo -y todo lo que hay en él de nuestra idiosincrasia y carácter nacional- no comprende, ¡cómo va a comprender el gaucho insurto que no ha pasado por ninguna universidad!, que el capitalismo europeo (o global) no pacta sino con unidades nacionales responsables de los documentos que firman (aunque sea a espaldas del soberano). ¿Dónde se ha visto que la alta banca de Londres (o Wall Street) trafique con una tribu de salvajes? ¿Dónde se ha visto que rinda sus beneficios civilizatorios sino en emporios provistos de gobiernos de puños fuertes, prestos a depararle privilegios, concesiones, factorías, policías y fueros de excepción?”.
Por eso, deduce Taborda, la bala que tronchó la existencia de Facundo “no apuntó a su individualidad transeúnte y pasajera sino a la intimidad heroica de nuestro destino”.
Justamente, “por ser la expresión más alta y egregia de ese producto espiritual -como ha sucedido a lo largo de toda nuestra historia con nuestros caudillos y nuestras expresiones y tradiciones nacionales políticas y culturales-, concitó los más rudos ataques de sus contemporáneos. Por ser la expresión más alta de ese producto espiritual, concita todavía las diatribas de la sabiduría oficial, la estimativa burguesa y positivista que, desde hace más de un siglo -ahora ya más de dos-, se empeña en deformar nuestra mente, en las escuelas y en las universidades (o a través de las redes sociales o medios masivos de comunicación, que son los que hoy nos educan), por conveniencia y por incomprensión de las calidades selectas que niega y menosprecia”.
“Europa (que en 1935 todavía era el poder hegemónico, como ahora lo es el imperio que domina nuestro presente) solo espera una señal para venir a civilizarnos. Espera la señal de su recompensa. ¿Qué falta? Falta que concluyamos de negarnos… Necesitamos ser una raíz amputada de la raíz de la estirpe… Necesitamos negarnos para ser dignos de la civilización prometida. ¿Cómo hacer para negarnos del todo?”.
Sin embargo, por lo mismo que el destino heroico es superior a la muerte, concluía Taborda su “Meditación de Barranca Yaco”, “Facundo pervive, más vigoroso y heroico que nunca… ¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!”.
Por Elio Noé Salcedo