Hay noches que se escapan de lo ordinario y quedan suspendidas en una especie de eternidad. Lo de anoche en La Fábrica fue exactamente eso: Bernard Fowler, histórico corista de los Rolling Stones, se reencontró con su amigo Charly García en un show íntimo, al que apenas 70 personas tuvieron acceso. Una postal que parece soñada, pero que se volvió realidad en la ciudad de Buenos Aires.
El lugar cargaba un magnetismo especial. La Fábrica, hoy bar y sala de shows, fue durante 15 años la guarida creativa de Charly. Volver ahí, rodeado de amigos, con la música como excusa, tuvo algo de ritual: una especie de círculo que se cierra, donde el pasado respira en el presente y el presente se convierte en historia.
Charly estaba cómodo, disfrutando, atento a cada acorde, celebrando el reencuentro. Y eso ya de por sí es un motivo de fiesta. Verlo bien, sonriendo, rodeado de afecto, es uno de esos regalos que no hay que dar por sentado.
“Habrá sorpresas”, había avisado La Fábrica en Instagram al anunciar ayer al mediodía que se habían agotado las entradas. Y así fue: en la mesa principal del lugar estuvo, claro, el Doctor García junto a Patricio Sardelli de Airbag y otros amigos.
Por su parte, Fowler, de 65 años, cantó casi 20 temas junto a su banda argentina compuesta por Fabián “Zorrito” Von Quintiero, Pilo Gómez, Gonzalo Lattes y otros invitados. Entre los hits que se destacaron: “God gave me everything” (Mick Jagger), “Brand new car” (The Rolling Stones), “Take it so hard” (Keith Richards) y “Jumping Jack Flash” (The Rolling Stones).
En un momento, con la complicidad de todos los presentes, Fowler miró a Charly y dijo: “Le quiero dedicar esta canción a un muy querido amigo mío, un amigo de ustedes. La primera persona que conocí en mi primera noche en Argentina fue a él. Le quiero dedicar esta canción al señor Charly García”. Fue “Happy and real”, de Charly, y la emoción, total.
Literalmente el encuentro fue un recorrido lleno de swing y groove. La música se expandía como si tuviera alas propias. Nunca estuve en Nueva York, pero hubo instantes en los que sentí que el espacio se convertía en un club de Manhattan, de esos donde el tiempo se suspende y la vida entera parece condensarse en un par de canciones. Porque la música tiene ese poder: no solo evoca recuerdos o personas, también abre puertas a lugares donde nunca estuvimos y, sin embargo, nos resultan familiares.
Pero lo verdaderamente conmovedor fue la carga simbólica del encuentro. Fowler conoció a Charly en los ‘90, en el Four Seasons, sin saber que estaba frente a “el” Charly García. Esa anécdota mínima, casi casual, dio origen a una amistad que se sostuvo en lo más genuino: la música como idioma común. Sin etiquetas, sin protocolos, solo el reconocimiento entre dos espíritus que vibran en la misma frecuencia.
Anoche, ese lazo se sintió intacto. Y fue imposible no pensar en la cantidad de anécdotas que ambos deben guardar, tantas que probablemente nunca salgan a la luz y queden entre ellos, como secretos compartidos de algún camarín, con la complicidad de un piano y un vaso de whisky.
Fowler, con su voz cargada de historia, y Charly, con esa presencia que trasciende lo físico, son dos símbolos que se retroalimentan. Dos artistas que, a su manera, cambiaron para siempre la música. Y estar frente a ellos, juntos, es un privilegio que excede lo individual: es un gesto que nos recuerda que el arte no se trata solo de canciones, sino de encuentros, de momentos únicos que alimentan la memoria colectiva.
En un presente donde Charly prepara su próximo lanzamiento con Sting, esta noche se sintió como un anticipo de lo que todavía nos puede regalar. Porque verlo activo, disfrutando, celebrando con amigos, es una forma de esperanza. Una alegría que le devuelve a la música argentina y mundial un respiro luminoso.
Lo de anoche no fue un simple recital: fue un acto de celebración de la vida, de la amistad y del arte. Una confirmación de que, aunque no existan palabras suficientes ni whiskys alcanzables para abarcar la magnitud de las historias que cargan, lo que nos queda es agradecer que el rock está más vivo que nunca.
Fuente: FILO NEWS