Nacido en octubre de 1918 en un hogar humilde de Salta, donde a los siete años fue guarda de ómnibus, César Cao Saravia es uno de esos hombres que nacen a ras del suelo y llegan a la cima.
Criado por una indígena mataca, de niño trabajó en la compañía La Forestal, de capital británico y propietaria de un “pueblo privado” en Villa Guillermina, en Santa Fe.
Era un adolescente cuando llegó a Buenos Aires. Para subsistir vendió diarios, repartió volantes de cine, enceró pisos y trabajó en una panadería, mientras terminaba sus estudios secundarios.
Como quería ser médico, ingresó a la Escuela de Policía para tener un sueldo y pagar la universidad. Dos años más tarde fue oficial en la comisaría 19, en el barrio de Recoleta.
Hombre de buenos contactos con sindicalistas –sobre todo con Augusto Vandor– y militares nacionalistas, a principios de la década de 1950, fundó en Chascomús el Establecimiento Metalúrgico Patricia Argentina (EMEPA), especializado en reparación de vagones de trenes y subterráneos. Tenía 31 años.
A los 47, posee una fortuna que no ha heredado, lograda prácticamente de la nada.
También tiene características que lo diferencian de la mayoría de empresarios de la época: admira a Perón aunque no está afiliado al Partido Justicialista, es un lector incansable, corre en competencias automovilísticas, hace beneficencia en forma anónima, escribe –es autor de cuatro libros– y denuncia fraudes, negocios sucios y coimas a través de solicitadas en los diarios.
Los trabajadores de EMEPA, la fábrica más moderna de América Latina, ganan los mejores salarios de Argentina. La firma les paga la luz, el gas y el teléfono, y ellos nunca han hecho una huelga por aumento de sueldo o mejores condiciones de trabajo.
El único paro de labores que realizarán, años después, será para que deje de fumar en un momento que está mal de salud, pero no lo conseguirán.
A Cao Saravia le cae muy bien un muchacho alto y delgado al que a veces ve en el local de la UOM. Se llama Dardo Cabo y es militante del Movimiento Nueva Argentina (MNA).
Con los aportes del empresario, el grupo comienza a imprimir su periódico 𝘕𝘶𝘦𝘷𝘢 𝘈𝘳𝘨𝘦𝘯𝘵𝘪𝘯𝘢 en la increíble Cooperativa General de Talleres Alianza (COGTAL), donde se editan casi todas las publicaciones políticas de ultraderecha, derecha, izquierda y ultraizquierda.
El millonario tiene una idea fija: está empeñado en recuperar las Islas Malvinas. En 1977 se propuso comprarlas y poblarlas con argentinos.
Falleció a los 90 años, a mediados de 1988.
(𝐀𝐩𝐮𝐧𝐭𝐞 𝐚𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐫. Su hija Patricia sólo terminó el sexto grado. Casada tres veces y madre de seis hijos, durante el gobierno de Carlos Menem dirigía una empresa de grúas portuarias e integraba el directorio de la empresa española Telefónica Argentina en representación del Estado.
Era amiga del presidente riojano, de su ex esposa Zulema Yoma y de la hija de ambos, Zulemita. Entre sus amistades también se contaban el ministro de Economía, Domingo Cavallo, y la secretaria de Recursos Naturales, María Julia Alsogaray, hasta que se distanciaron.
En su casa trabajaban tres empleadas domésticas. Pasaba los veranos en Punta del Este y dos veces por año se alojaba en el spa The Green House, en Texas, o en la habitación 3302 del hotel Park Lane, en Nueva York.
Según la original clasificación sociológica de Menem, formulada en su campaña presidencial de 1989, Patricia Cao Saravia no pertenecía al sector de “los niños pobres que tienen hambre”, sino a “los niños ricos que tienen tristeza”.
“Lo único que hasta ahora no pude comprar es la ternura”, se lamentará ella ante un reportero de la revista Caras).