-El lado uno del vinilo cerraba con “El otro cambio, los que se fueron”, una de las piezas más conmovedoras de tu carrera.
-¡Quedó en ese lugar porque no sabíamos dónde ubicarla! Era una canción rara y muchos la tildaban de “aburrida” porque no tenía batería, ni solos de guitarra. Además, poseía una narrativa extensa para los cánones rockeros. Sin embargo, fue un tema que perduró.
-¿Los personajes que describís en la canción eran reales o imaginarios?
-Eran personas que conocía de la ciudad de Rosario. Todas ellas con una postura bastante rígida ante la vida. La lírica fue influenciada por mis lecturas de la obra de Roberto Arlt. Libros como Los siete locos y El amor brujo. Originalmente, la pieza se llamaba “Tiempo de Arlt”, pero cuando fui a registrarla a Sadaic me pidieron la autorización del escritor. ¡Qué había fallecido treinta y un años atrás! Entonces, de bronca, agarré una frase del tema y así quedó denominado.
-Retrataste a aquellos individuos como perdedores. Ese tipo de descripción estaba muy presente en la poética del tango de las décadas del ’30 y ’40.
-Sí, el tema tiene una impronta tanguera que está reforzada por la participación de grandes del género. Allí suenan los violines de Antonio Agri, Reynaldo Nichele y Fernando Suárez Paz. Todos dirigidos por Rodolfo Alchourrón, un músico muy detallista a la hora de construir arreglos. Un verdadero arquitecto de la canción.
-La composición que titula la placa dura casi nueve minutos. Una propuesta en sintonía con grupos de la época, como Yes o Genesis, que extendían los límites de la canción hasta donde les fuera posible. ¿Solías escuchar a esas bandas de carácter progresivo?
-Las conocía, pero en esa pieza hay una climática más emparentada con el free jazz. Cerca del cierre, sobreviene un segmento de improvisación junto a Baraj, Moretto, Astarita y “El Negro” González, que tocó el contrabajo eléctrico con arco.
-En ese tema advertís: “El pájaro negro anuncia, en su vuelo, un tiempo de tormenta”. Toda una premonición para los días que vendrían.
-En aquellos años no podías ser muy directo con apreciaciones respecto a la coyuntura política. De todas maneras, nunca me gustaron las letras demasiado explícitas. En esa canción, como en otras del elepé, hago referencia al descreimiento que la sociedad tenía debido al convulsionado tiempo que atravesaba al país.
-El álbum recibió muy buenas críticas de los medios especializados. Al año siguiente, publicaste otra placa excepcional: Melopea. Sin embargo, tiempo después, el sello RCA te rescindió el contrato. ¿La discográfica te dio algún tipo de explicación al respecto?
-Me enviaron una carta que aún conservo, donde planteaban que mi rumbo artístico no coincidía con los proyectos de la compañía. Entonces, quedé libre de toda obligación contractual y seguí mi camino. Actuaron, debo decir, de forma honesta. A Astor Piazzolla, en aquellos años al frente del Conjunto 9, le pasó exactamente lo mismo.
-¿A la RCA no le daba prestigio tenerlos a ambos entre sus filas?
-Quizás sí, pero el negocio imponía promocionar a una serie de artistas intrascendentes pero que satisfacían las expectativas comerciales de la empresa.
-¿Qué sentís al volver a poner, cincuenta y un años después de su alumbramiento, esas canciones sobre un escenario?
-Me da mucho gusto porque, al revisitarlas, compruebo que están muy bien construidas, armónica y melódicamente. Ahora, en mi banda, tocó con músicos que no habían nacido cuando las compuse. Compartirlas con una nueva generación de colegas es muy emocionante.
El encuentro con Pérez Celis
La edición original de Muerte en la Catedral ostentaba una lujosa presentación. La cubierta, al desplegarse, traía las letras de todas las composiciones, fotografías de los músicos participantes y una ficha técnica con datos de la grabación. La tapa presentaba una pintura realizada por el artista plástico Pérez Celis.
-¿Cómo llegó Pérez Celis a ilustrar la carátula del disco?
-Nos encontramos, de pura casualidad, por la calle. Intercambiamos saludos y, luego, me reveló que solía poner mi música a la hora de pintar sus cuadros. Entonces, le conté que estaba grabando un disco llamado Muerte en la Catedral. Al despedirnos, me dijo: “venite dentro de diez días a mi estudio”. Cuando fui tenía la obra terminada. El motivo había sido inspirado por el título de la placa.
-La portada era atípica para la época. Tu nombre, además, aparecía al margen derecho en letras no muy legibles a primera vista. ¿El sello, que anteponía lo económico por sobre lo artístico, puso algún tipo reparo antes de editarla?
-No, porque Pérez Celis ya era una figura consagrada. Entonces aceptaron la idea. La imagen era muy elegante y armoniosa. Y en su momento generó un gran impacto.
Fuente: Pagina12