Hace más de 60 años, vio la luz Los Funerales de la Mamá Grande de Gabriel García Marquez. En esta novela, el autor relata los hechos, tan estrictamente ciertos como inverosímiles de la agonía, muerte, y funeral de la terrateniente y el pueblo.
No me gusta recomendar y mucho menos exigir lectura de libros, con Borges aprendí que la lectura es un placer y cada quien encuentra su género y pasión a su tiempo, personalmente esta novela es una lectura recurrente, uno de esos libros que se devoran en un domingo calmo y cada tanto vuelvo a releerla, por pasajes o completa. Siempre trae una nueva perspectiva, aunque lleva 60 años publicada.
“Ahora es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar desde el principio los pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores.”
Esta cita pertenece a la primera página de la novela y para muchos puede pasar desapercibida, pero al finalizar la ficción encontramos otro guiño a los académicos “Sólo faltaba entonces que alguien recostara un taburete en la puerta para contar esta historia, lección y escarmiento[…] que mañana miércoles vendrán los barrenderos y barrerán la basura de sus funerales, por todos los siglos de los siglos”.
El listado de incógnitas que surgen de estas referencias es casi infinito…
¿Qué es contar una historia?
¿Qué hace el historiador que no es contar la historia?
¿Qué diferencia hay entre contar una historia y la Historia de los historiadores académicos?
¿Dónde está la memoria?
¿Cuál es la prisa de contar antes de que lleguen los barrenderos y los historiadores?
¿Cuál es la veracidad de los hechos en esa historia contada verborragicamente?
¿Por qué no detenernos a analizar los hechos antes de relatarlos?
¿Qué tan distantes están este relato callejero y los Historiadores académicos?
¿Qué se habrán llevado los barrenderos para cuando lleguen los Historiadores?
¿Cuál es la distancia entre el relato que se cuenta desde un taburete en la puerta de casa y La Historia?¿Y cuáles son los puntos de encuentro?
¿Desde dónde reconstruimos cuando los sucesos fueron contados y la Historia fue escrita?
Muchas preguntas las perdí en la velocidad de mis pensamientos y la lentitud de mis dedos para tipear, pero de todas estas incógnitas, me detengo en el Historiador en tanto que representante de la Academia, del trabajo intelectual, de la objetividad, de la racionalización y la justificación.
La Academia, es decir, la cientifización de la vida, los hechos y la existencia misma, ha perfeccionado su método científico hasta convertirlo en un bisturí intelectual de las ciencias humanas y sociales. Las ventajas y provechos de este bisturí son evidentes por sí mismas, nos han permitido ser la sociedad que hoy somos. Y las desventajas de ese bisturí nos han llevado a ser la sociedad que hoy somos.
Lo excelente y lo peor son lo mismo.
El método científico, entendido como la pregunta sistemática para buscar soluciones, es un invento europeo de la Ciencia de la Modernidad, y en este sentido los académicos a los que se refiere García Marquez llegan tarde, llegan desde afuera, llegan cuando parte de la verdad ha sido retirada de las calles y sobre todo llega con su bisturí de ciencia social para dejar afuera lo que no habla de los hechos, deja afuera muchos sentimientos, actores aparentemente irrelevantes, explicaciones inconexas que no hacen referencia a LA Verdad, como se entiende en la pulcra ciencia Europea, que se enfoca en entender lo sucedido y las causalidades.
La pregunta metódica y sistemática es conveniente a unos, y para quienes saben que quedarán fuera de la disección científica, se apresuran a contar sus relatos, de amor, odio, resentimiento, dolor, felicidad, sueños inconclusos antes que lleguen los académicos. El Gabo logra incluirlos en su realismo mágico, pues llegó a entender que con ciencia o sin ella, todos buscamos escapar del olvido. Y en ese ‘estar adentro o afuera de lo relatado’ se da una lucha encarnizada que jamás podría ser sólo intelectual. En las ideas también se juega la vida y el futuro de todos.
En estos tiempos convulsos, donde no hay un solo libro de ciencia política, historia, sociología, derecho, ni economía que explique los avasallamientos que nuestra gente sufre por parte de quienes aún importan modelos de bien y mal extranjeros, quizás debamos detenernos, y sin despreciar el pulido bisturí de la academia ponerlo en pausa, dejar de buscar concatenación de causas y escuchar los relatos desordenados que se cuentan desde taburetes en un umbral cuando aún no han llegado los barrenderos.
Acercarnos al hartazgo, al dolor y el odio sin intentar entenderlo sino solo sentirlo, acercarnos a los errores que cometimos en los últimos 20 años y por ahora, sin apresurarnos a buscar la solución, observar y escuchar el desastre, dejarnos arrastrar por la voracidad de la palabra cargada de emoción. Recorrer con la mirada el daño que hicimos y que permitió que volvieran legítimamente con sus modelos mal clonados, ahora alemanes. Ya tendremos tiempo para aferrarnos al bisturí de las ciencias sociales, diseccionar lo sucedido y encontrar alguna verdad y explicar.
En el relato desordenado de nuestro convulso pais, quién recueste el taburete hablará de las contradicciones de una industria nacional que se sostiene y reinventa y de la necesidad de abrirnos al mundo e importar más; de una Villarruel negacionista y aun así nacionalista, pero tal vez nunca peronista; de los excesos de asistencialismo y la necesidad de redireccionar los subsidios; de la resistencia del pueblo a pesar de la ruptura del entramado social.
Si queremos escapar del olvido, si esperamos rescatar lo más propio de nuestra identidad nacional, es momento de abrir los brazos a las propias contradicciones, entender que estamos en veredas enfrentadas pero nos une la calle y desde allí reconstruir una nueva patria; ahora sí, de todos.
Por Anahí Rippa



