La reciente lapidación mediática del ex presidente abre un escenario para la creación de un peronismo federal y popular.
La semana fue devastadora para el peronismo. La denuncia de la ex primera dama hacia Alberto Fernández por violencia de género habilitó la lapidación pública del ex presidente, desde programas de chimentos, pasando por móviles televisivos enfocando la ventana del departamento de Puerto Madero, hasta un tuit de Cristina Fernández solidarizándose con Fabiola Yáñez.
Pero lo que interesa aquí no es tanto seguir con la lapidación, sino reflexionar sobre la construcción de discurso desde el peronismo a la hora de configurar plataformas electorales, candidatos presidenciales y una agenda política propia.
Una primera cuestión atañe a aquello que algunos han llamado “la teoría del dedo mocho” para referirse a la decisión personal de Cristina Fernández de Kirchner de catapultar a Alberto Fernández como candidato presidencial en 2019 y a Sergio Massa en 2023. Claro que cada situación tiene sus bemoles: lo de Massa obedece a una negociación más áspera con los gobernadores, de la misma manera que la candidatura de Scioli era lo último que hubiese querido CFK para cerrar la década ganada, siendo el ex gobernador bonaerense resistido hasta último momento.
Una segunda cuestión corresponde a las derivas intelectuales de Alberto presidente y un imaginario cada vez más encerrado en lo porteño y conurbano, copiando formas y estilos de militancia propias de otras fuerzas políticas, como el timbreo del macrismo.
El primer tópico, “la teoría del dedo mocho”, se apoya en un error interpretativo respecto del gobierno de Mauricio Macri. Si al modelo neoliberal que propuso el Pro se lo pudo vencer fue, sobre todo, porque hubo un pueblo que resistió colectivamente en la calle: manifestaciones, piquetes, tomas, marchas, revueltas. Sin embargo, nos impusimos a nosotros mismos una interpretación liberal: Macri cayó por una jugada maestra de Cristina Kirchner, como la publicación de un libro y la elección de un viejo adversario para acompañarla en la fórmula presidencial. Siguiendo con esta lógica, se podría interpretar que Axel Kicillof se alzó con la Gobernación de la Provincia por una jugada maestra como recorrer pueblos con un Clío y no por la desidia de Vidal, las escuelas que volaban por los aires, como la de Sandra y Rubén, las amenazas a docentes de reemplazarlos por voluntarios y los aportantes truchos. Incluso, en 2015, Macri también habría ganado por su propia jugada maestra. Y la política sería un larguísimo rosario de “jugadas maestras” individuales.
El problema con esta interpretación liberal es que niega, desconoce e ignora el papel de las clases populares, su capacidad de resistencia, su construcción de estrategias y solidaridad.
El segundo tópico, las derivas de Alberto, refiera a las configuraciones discursivas del peronismo post 2015. Se observa una llamativa pérdida de identidad, como si nuestros dirigentes se dedicaran más a parecerse a los adversarios que a los propios, preocupados por los modos, las encuestas y hasta la pilcha, con chupines y zapatitos puntiagudos, sentados en butacas para la presentación de las listas y candidatos que son vecinos de countries.
Hubo dos discursos de Alberto presidente que debieron encender las alarmas: el primero, de febrero de 2020, cuando al despedir a una comitiva de jóvenes militares que partieron rumbo a Chipre, el ex presidente aseveró que “todos los oficiales y suboficiales son hombres de la democracia”, lo que amerita que “demos vuelta la página y celebremos”. En esa ocasión, Nora Cortiñas lo tildó de “negacionista” y Estela de Carlotto lo defendió.
El segundo discurso es el de “los mexicanos vienen de los indios, los brasileños de la selva y los argentinos venimos de los barcos”. Esta desafortunada frase no sólo muestra su desconocimiento de los múltiples pueblos indígenas en el territorio nacional sino una serie mayor de confusiones y equívocos más profundos. La realidad es que esa referencia a la argentinidad como un producto de la inmigración del siglo XX se circunscribe a las clases medias de la ciudad Buenos Aires, quizás a la zona litoraleña, pero no mucho más. La mayoría de los argentinos no se referencia en el mito de la inmigración europea, sino que es producto de un mestizaje más amplio y profundo en el tiempo.
Es cierto que Fernández ensayó una disculpa, incluso con mexicanos y brasileños, pero subyace una visión de lo popular que es antiperonista y que nadie desde el peronismo se lo señaló. El mito inmigratorio es bastante reciente, posee una fecha muy específica: el 17 de octubre de 1945. Frente a la irrupción social y política de los “cabecitas negras”, las clases medias construyeron una nueva identidad “preargentina”: la de ser hijos de inmigrantes. Es verdad, que desde inicios del siglo XX el Partido Socialista y otros agrupamientos sociales y políticos ligados a los inmigrantes, se referenciaban en “lo inmigratorio” pero nunca disociado, por cierto, de “lo obrero”; aún hoy la izquierda repite la noción sesgada de que la Argentina nace con los obreros trasatlánticos.
La emergencia del mito de la inmigración europea se da a partir del 17 de octubre por unos sentidos ideológicos muy precisos: primero, para señalar que la “gente bien” no es negra ni peronista. Segundo, que la civilización es privativamente europea y lo que hay o había acá son resabios de la barbarie. Y tercero, y sobre todo para los peronistas esto debería tener alguna importancia, es una tradición no peronista y, más aún, antiperonista.
El peronismo nunca se referenció en la inmigración europea como fuente principal de la “identidad nacional”. Por el contrario, el hispanismo, el criollismo y, en cifras más marginales, tipos de indigenismo, fueron sus fórmulas para dar cuenta del mestizaje argentino. Decir que todos los argentinos nos referenciamos con “los barcos” es mirar el país con un lente unitario y porteño, es circunscribir al peronismo como representante de una clase media rioplatense, pero no de las clases trabajadoras y populares de todo el país. Esta última frase de Alberto Fernández nos interpela, no por su equívoco, sino por sus nociones epistemológicas escindidas de los sentimientos y experiencias populares. Necesitamos una epistemología política de las masas. Lograrla es muy difícil si no vemos dónde está nuestro pueblo.
La actualización doctrinaria del justicialismo tiene que ser con nuestras palabras e ideas, sin sponsors extranjeros. Y toda reivindicación de nuestras acciones deben ser con la militancia de pie y no de rodillas. Las ideas cómodas son las que vienen de organismos y lobbies extranjeros, son las que nos convencieron que “con Cristina sola no se ganaba”, aunque no hayamos visto una encuesta que lo ratificara. Debemos esquivar los atajos que redujeron al peronismo a una entelequia de la clase media porteña y que tiene su bastión en el conurbano, con candidatos yuppies que en nada desentonarían en las listas de nuestros adversarios.



