Eva Perón y la correlación de fuerzas

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El pasado viernes 26 de julio se cumplieron 72 años del paso a la inmortalidad de María Eva Duarte de Perón, una de las figuras más importantes de la política latinoamericana del siglo XX. Alrededor de ella, se han tejido múltiples interpretaciones y líneas de análisis sobre su grado de impacto dentro del movimiento nacional justicialista.


La primera línea interpretativa corresponde al gorilismo clásico. Para esta corriente de pensamiento antinacional, Evita es un personaje siniestro de la política, arribista, trepadora, de bajo linaje, con una vida sexual promiscua, capaz de acostarse con varios oficiales del Ejército hasta dar con el “indicado” en su ambición de ascenso. En esta vertiente, abrevan figuras que van desde las pintadas con la leyenda de “Viva el cáncer”, en referencia a la enfermedad terminal de la primera dama, pasando por la historiografía mitrista, Américo Ghioldi, Mary Main, Juan José Sebreli, Nicolás Márquez, hasta supuestos pensadores “críticos”, como José Pablo Feinmann que, en su libro La sangre derramada, divaga y crea un “currículum” de Evita yendo de cuartel en cuartel y de cama en cama. Obviamente, el problema no es JP Feinmann, el problema es que desde el movimiento nacional justicialista se lo haya tomado como un intelectual de fuste y, peor aún, como un intelectual propio.


Esta visión sobre la figura de Evita está muy presente en la actualidad entre los seguidores del presidente Javier Milei. En el reino de la posverdad, de las fake-news, cualquier usuario de redes sociales vomita su odio sin ningún tipo de dato, respaldo o fuente bibliográfica. Curiosamente, acusan a Evita de haber llevado una vida sexual “licenciosa”, pero estos militares de la única forma que pudieron acceder a su cuerpo fue a través de la necrofilia.


Una segunda línea de análisis es el evitismo, que la ubica como el epicentro del peronismo, que irradia su personalidad sobre las decisiones del Presidente Juan Domingo Perón. Esta visión sostiene que sin Evita no hubiese habido peronismo, que su influjo es tan grande que no necesitó ocupar nunca ningún cargo público. A esta perspectiva, el historiador Norberto Galasso la ha denominado “evitismo” y ha planteado un paralelismo con la tesis de Vladimir Lenin, “El imperialismo es el estadio superior del capitalismo”, diciendo que “el evitismo es el estadio superior del gorilismo”. Es decir, un antiperonista muy inspirado intelectualmente puede llegar al arrebato de rescatar la figura de Eva, rescate que cumple la función de esmerilar la figura del General Perón.


Como explica el periodista y divulgador del pensamiento nacional, Diego Eloy Ramírez, “a diferencia del gorilismo clásico, esta vertiente ‘postmoderna’ del pensamiento antinacional suele ser más peligrosa porque encubre su desprecio por los movimientos populares bajo un halo de compromiso social por los más necesitados”. Y, en este sentido, agrega que “el problema del evitismo consiste en que parte de una visión que desestima la política que ese sector social, al que dicen apoyar, construye e impulsa. Es decir, los intelectuales evitistas se proclaman como defensores de las masas oprimidas, pero son antagónicos al movimiento político que las representa en la Argentina: el peronismo”.
Ramírez concluye que “esta concepción considera que la verdaderamente revolucionaria era Eva Duarte, en tanto Perón, “milico”, era el que frenaba esa revolución, el general bonapartista que siempre terminaba “jugando” para la derecha. Esta idea sintetiza que Evita era revolucionaria y Juan Perón un “facho”. Esta noción, aunque muy lineal y bastante contradictoria en sí misma, increíblemente caló muy profundo en el progresismo intelectual”.


Una tercera línea interpretativa corresponde a la historiografía crítica, una especie de tercera posición que no pone en primer lugar la figura de Evita sobre la del General Perón, pero tampoco incurre en negar la irrupción determinante de la abanderada de los humildes. Rescatamos aquí los aportes de Carolina Barry, Evita Capitana: el Partido Peronista Femenino, 1949-1955 (UNTreF, 2009) y Ezequiel Adamovsky en Historia de las clases populares de la Argentina (2012).


Esta corriente pone en valor que el movimiento peronista trajo cambios significativos en las relaciones de género. Fueron muchas las mujeres que fundaron centros cívicos femeninos para apoyar la candidatura de Perón en 1946, en un contexto donde aún las mujeres estaban excluidas de votar, pese a que desde hacía varias décadas se venía reclamando por ese derecho desde el socialismo y el comunismo.


Desde esta línea de análisis, se subraya que la participación masiva de las mujeres es incomprensible sin tener en cuenta el papel de Evita. Se le reconoce que, a mediados de 1946, la primera dama dio sus primeros discursos públicos y, desde entonces, su carrera fue meteórica. En julio de 1948, organizó ella misma la Fundación Eva Perón, una estructura de gran envergadura, con la que logró llevar ayuda social —desde remedios, anteojos y regalos para chicos, hasta la construcción de escuelas, viviendas y hospitales— a los más humildes a lo ancho y largo del país.
A través de esos centros cívicos con su nombre y de la Fundación, Eva se convirtió en portavoz del reclamo por el voto femenino, que finalmente sería aprobado por ley en 1947. Dos años más tarde fundaría ella misma el Partido Peronista Femenino (PPF), la tercera “rama” autónoma que terminaría de conformar la estructura tripartita del justicialismo, que ya contaba con las alas política y sindical. La nueva agrupación fue enteramente compuesta por mujeres y se mantuvo celosa de su independencia de género. A diferencia de las otras dos ramas, la constru

cción del PPF se realizó a partir de una penetración territorial organizada desde Buenos Aires y fuertemente centralizada en la figura de Evita.
Según explica el historiador argentino Ezequiel Adamovsky, la propia Evita “seleccionó un conjunto de ‘delegadas’ a las que envió a cada provincia con la misión de implantar Unidades Básicas (UB) femeninas y reclutar afiliadas. Las delegadas eran muchachas jóvenes, de sectores medios, cuidadosamente seleccionadas por su lealtad y su ‘decencia’, ya que la oposición se ocuparía de desacreditarlas atribuyéndoles rasgos de inmoralidad, especialmente sexual” (p.218).


El crecimiento del PPF fue vertiginoso y para 1951 contaba con 3600 UB en todo el país, desde elegantes casonas en las ciudades, hasta humildes habitaciones de ranchos de adobe en caseríos rurales. Para las próximas elecciones y pese al renunciamiento histórico de Evita, las candidatas del PPF se aseguraron una buena cantidad de lugares en las listas para legisladores. Así, resultaron electas 23 diputadas, 6 senadoras y otras 77 representantes en las legislaturas provinciales. En contrapartida, la UCR no postuló a nadie de sexo femenino. El número de legisladoras que llegó a haber en 1955 colocó a Argentina por delante de la mayoría de los países más avanzados. En consecuencia, el PPF significó la primera incursión masiva de las mujeres de las clases populares en política.


Sin dudas, el propio origen humilde de Evita resultó un aliciente para que se identificara con los más pobres. De repente, un aspecto como el color de piel pasó a ser importante en la política. Como señaló un reportero del diario Clarín al observar una manifestación, allí estaban exhibiendo sus pieles oscuras o atreviéndose a hablar en “quichua o guaraní”. Sus manifestaciones con bombos parecían salidas de los carnavales de los negros. “Cabecitas negras”, les decía con desprecio la gente “decente” a todas estas presencias inesperadas. “Mis cabecitas negras”, replicaba nuevamente Evita, transformando el agravio en un desafío a esa sociedad que se creía europea. Los argentinos morenos existían: allí estaban, reclamando un lugar en la política y en el espacio público, negándose a seguir siendo invisibles.


Por otra parte, Evita tuvo una relación muy estrecha con el movimiento obrero organizado, transformándose en la principal aliada de la CGT en el gobierno y fustigó a la oligarquía con más furia que el propio Perón. Esto que explica que la central obrera haya organizado el famoso “Cabildo abierto” del 22 de agosto de 1951 al que asistieron más de un millón de personas y haya reclamado la candidatura de la vicepresidencia para Evita.


En síntesis, Evita puso en el lenguaje político el término “oligarquía”, desconocido por los radicales y el darwinismo socialista. Ubicó a la mujer en el centro del debate ciudadano con el voto femenino y, sobre todo, le asignó al peronismo un carácter plebeyo que no tiene otra facción política.
En el documental de Leonardo Favio, Perón, sinfonía del sentimiento, se rescata un bellísimo discurso de Evita, con tintes hamletianos, donde afirma: “en la lucha, todos tenemos un puesto, y esta lucha está abierta entre el ser o no ser de la Patria. Mi conciencia de ciudadana y argentina se ha sublevado ante la Patria vendida y vilipendiada año tras año, gobierno tras gobierno, vendida a apetitos foráneos de un capitalismo sin patria ni bandera”. Aquí, queda en evidencia que la facción política que negaría el “ser de la Patria” es la oligarquía, a quien Evita no duda en calificar de enemigos.


Seguidamente, Favio agrega una frase de Evita fuertemente alegórica, donde la oligarquía es el sujeto impotente y el pueblo el sujeto viril. “Los enemigos del pueblo, que son los enemigos de la Nación, se ocultan en sus reductos impotentes ante el despertar viril de un pueblo que sabe lo que quiere y que está dispuesto a imponer su voluntad. Vivimos épocas heroicas y no de cobardes ni vendepatrias”.


Estas palabras de Evita debieran servirnos para reflexionar sobre nuestro presente, ahora que el gorilismo clásico ha vuelto con nuevos ropajes “libertarios”. Ninguna mujer podía esperar antes de la irrupción de Evita en la escena política que en tan poco tiempo haya legisladoras, militantes territoriales y sindicalistas. Tampoco, cabe remarcar, Perón pidió encuestas para ver si se animaba a enfrentarse a Braden (sinécdoque de Estados Unidos), es decir, con la potencia imperialista norteamericana pisando fuerte en América del Sur, tras haber ganado la Segunda Guerra Mundial y haberle tirado dos bombas a Japón. Quiero decir, en el ADN del peronismo nunca estuvo el mantra actual que ha ganado las conciencias de los militantes respecto de la “correlación de fuerzas”.


Esta idea plantea que “nunca se puede”, supone que nunca “nos da” para enfrentar a la Sociedad Rural, a los medios de comunicación hegemónicos, al Partido Judicial, a las empresas monopólicas formadoras de precio, a las empresas que manejan las telecomunicaciones, etc. Que el recuerdo de Evita nos sirva para animarnos a enfrentar a nuestros enemigos, que son los mismos enemigos de siempre y enemigos de la Patria.

Por Marcelo Ibarra, Director de la Revista Punzó

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