Intentando describir y comprender los distintos momentos de la violencia social en Latinoamérica, teniendo presente que esta última es considerada como un sector violento, socialmente hablando en esta parte del mundo, surge una pregunta: ¿es la violencia social patrimonio exclusivo de Latinoamérica? La respuesta es contundente, no es patrimonio de Latinoamérica, las violencias en la actualidad, se distribuyen a lo largo del globo terráqueo y asumen distintas expresiones que se manifiestan insertas en distintos planos sociales.
De estos, las instituciones gubernamentales y las de orden sociales-privadas, se quedan con la mayor porción. O sea, son productoras de situaciones que predisponen al individuo a una actuación social violenta, y más aún, consiguen, y no en pocas ocasiones, provocar reacciones violentas colectivas de grupos en antagonismo, que no son encausados para buscar soluciones en otros ámbitos que no sea aquel de la violencia más primitiva y lastimosa; la violencia física.
En esta breve exposición, vamos a tratar de describir algunas razones por la cual un sujeto inserto en un ámbito social e institucional, en el cual nace, desarrolla y perdura, ataca deliberadamente a un igual, a el “Otro”, que al fin de cuentas es el que lo constituye como ser gregario, necesidad indiscutible de la persona socializada.
Las Instituciones
Si tendríamos que describir un componente, un ingrediente fundamental en la constitución del tejido social, estas serían sin dudas las instituciones en todos sus estamentos. Entonces: ¿porque responsabilizarlas de la violencia existente?
Hagamos un poco de historia: cuando España, luego Europa, conquista y aplasta a lo que a la postre es América, instaura paulatinamente lo que se llama un sistema/mundo, esto es lo que se conoce a grandes rasgos con el nombre de modernidad, acompañado con la creación de la idea, del concepto de raza, dio como resultado un poder tan concentrado que toda conformación social que aspiraba a ser considerada “civilizada”, debería seguir los canon dictaminados por aquel poder que se convirtió en el centro, el poder imperante, la Europa Imperial. Bien lo define en una frase el profesor Cesar Pablo San Emeterio de nuestra UNC (Universidad Nacional de Córdoba), en su texto “El centro, el no centro, el sin centro”.
El centro inventa la Ley y determina a quienes alcanza la Ley del Centro.
El centro escribe toda la Historia que es la historia del centro.
El centro escribe la ausencia de Historia de los pueblos sin historia y sin centro.
El centro necesitó de un otro que no es otro para sostenerse como centro.
Por lo tanto, todo el andamiaje social existente, fue conformándose en torno a estos mandatos, en donde las Instituciones no quedaron exentas.
Toda colonización es siempre traumática, pues hay un dominante que está oprimiendo y un oprimido que resiste y lucha por salirse. En este proceso, muchas formaciones en el entramado social, (Instituciones) quedaron expuestas a fuego cruzado: de un lado la tradición histórica y los mandatos euro centristas y desde el otro, el oprimido, el propio, el “Otro” que me conforma como sociedad, intentando salirse.
América se constituyó como el primer espacio/tiempo de un nuevo patrón de poder de vocación mundial y, de ese modo y por eso, como la primera y de-entidad de la modernidad. Dos procesos históricos convergieron y se asociaron en la producción de dicho espacio/tiempo y se establecieron como los dos ejes fundamentales del nuevo patrón de poder. De una parte, la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza, es decir, una supuesta diferente estructura biológica que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto de los otros. Esa idea fue asumida por los conquistadores como el principal elemento constitutivo, fundante, de las relaciones de dominación que la conquista imponía. Sobre esa base, en consecuencia, fue clasificada la población de América, y del mundo después, en dicho nuevo patrón de poder.
Esta conformación, este proceso civilizatorio, moderno y eurocéntrico, es de alguna manera lo que constituye, delimita, funda y ordena a nuestras Instituciones, porque en ellas desarrollan sus actividades colonizadores y colonizados, esto es la masa social que heredó el proceso sufrido por siglos de un aplastante eurocentrismo.
Así lo define el maestro Enrique Dussel en su texto “20 Tesis de Política”:
“Por su parte, la Revolución burguesa de 1789 propuso un postulado procedimental-normativo: la igualdad. Sin embargo, empíricamente, le será imposible implementarlo, pero no solo por imposibilidad intrínseca de todo postulado, sino que, apoyándose de hecho en el campo económico en el sistema capitalista, en vez de situar a los ciudadanos cada vez más simétricamente, a lo largo de los dos siglos de su formulación, las asimetrías sociales crecieron inmensamente, por lo que la igualdad no se ha conseguido, lo que pone en tela de juicio la legitimidad misma de la democracia liberal, moderna, burguesa”
El poder de las Instituciones
¿Que nos queda?, instituciones públicas, privadas, pobladas por intersubjetividades conformadas como rectoras de poder que se desarrollan en un “campo político”, que desde una mirada eurocéntrica definen a ese poder como dominación, concepto desarrollado a través de los siglos por los teóricos europeos como: Maquiavelo, Hobbes, Trotsky, Lenin, Weber, Adam Smith, John Stuart Mill, entre muchos otros.
Así lo define Aníbal Quijano, en su texto Colonialidad del Poder, Eurocentrismo y América Latina:
“Ya en su condición de centro del capitalismo mundial, Europa no solamente tenía el control del mercado mundial, sino que pudo imponer su dominio colonial sobre todas las regiones y poblaciones del planeta, incorporándolas al “Sistema Mundo” que así se constituía, y a su específico patrón de poder. Para tales regiones y poblaciones, eso implicó un proceso de re-identificación histórica, pues desde Europa les fueron atribuidas nuevas identidades geo culturales. De ese modo, después de América y de Europa, fueron establecidas África, Asia y eventualmente Oceanía”.
Por ser la colonización un proceso que necesita de una imposición permanente, provoca una permanente reacción, por ello toda descolonización es siempre violenta; y en este punto las instituciones son garantes de ese poder hegemónico.
La resistencia en América latina es permanente, solo hace falta darse una vuelta por la historia desde 1780-81 con los grandes levantamientos anticoloniales Incaicos-Aimaras, las Rebeliones Bolivianas en el año 1952-53, los grupos de resistencias en Colombia con 50 años ininterrumpidos de lucha, el gran triunfo de la Revolución Cubana, los intentos de liberación en los años 60-70 en Argentina con Montoneros, en Uruguay con los Túpac, el Ejército Sandinista en Nicaragua, y cuantos más, que salvo algunas excepciones, todos fueron aplacados a hierro y plomo, contando entre los más atroces a unos 30.000 desaparecidos en la Argentina.
Así lo describe Franz Fanón en su exquisito libro “Los condenados de la tierra”
Liberación Nacional, Renacimiento Nacional, Restitución de la Nación al pueblo, Commonwealth, cualesquiera que sean las rúbricas utilizadas o las nuevas fórmulas introducidas, la descolonización es siempre un fenómeno violento. En cualquier nivel que se la estudie: encuentros entre individuos, nuevos nombres de los Clubes Deportivos, composición humana de los Cocktail-Parties, de la policía, de los consejos de administración, de los Bancos Nacionales o Privados, la descolonización es simplemente la sustitución de una especie de hombres por otra especie de hombres.
La colonización militar por medio de la infantería española, fue en breves periodos posteriores continuada con una brutal colonización epistémica, intentando eliminar todo vestigio de cultura precolombina, no solo a través de la educación, sino provocando la negación de los propios sujetos, so pena de la condenan al infierno del propio individuo y su entorno más cercano; descendencia y ascendencia, logrando un efecto residual en la propia negación, con poco esfuerzo y menor inversión.
Por lo tanto, y presto al recorrido histórico, toda revolución será intelectual, no queda otro camino más que la liberación epistémica, y con ella la libertad de nuestro pensamiento, creando sujetos críticos, los mismos que desde nuestras instituciones sabrán acoger con entrega al “Otro”, al que me conforma como ser de una sociedad ávida de paz.
Por Marcelo Rippa, Filósofo de Córdoba, conductor radial.