No sólo de pan vive el hombre

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Incluso para quienes son agnósticos, la potencia de este mensaje bíblico es evidente. En política la suelo usar a menudo, especialmente cuando los jóvenes me preguntan qué es el Radicalismo.


Milito en el partido hace 37 años, cuando llegué de mi San Luis natal para estudiar Derecho en la UNC. Las vivimos a todas: del enamoramiento del mítico alfonsinismo hasta la crisis del 2001 y la barbarie actual de Milei, pasando por los latrocinios peronistas de Menem y los Kirchner. Nunca, sin embargo, se volvió tan necesario –y tan difícil– explicar la historia y la doctrina del partido centenario. No se trata de un interés particular o de sector, sino que va más allá: es, fundamentalmente, una reivindicación institucional, ideológica y humanista, ante dos riesgos que están dañando y amenazando constantemente.


Uno es el que representa Milei y la moda de derecha, que a fuerza de frases hechas y del caldo de estupidez que son las redes sociales, se quiere llevar puesto el pensamiento, el raciocinio y cualquier cosa que suene a moderación. Este riesgo, como ya ha pasado muchas veces en la historia, lo van a conjurar los hechos: la mentira tiene patas cortas y la realidad terminará por superar y sepultar en el olvido y el fracaso esta pesadilla autoritaria y decadente.


Pero hay otro riesgo, que es el que más me preocupa y que tiene relación directa con el título de esta editorial. Es el que representa hoy en día el Régimen Cordobés, esta estructura de poder hegemónico y totalitario de De la Sota-Schiaretti-Llaryora. El peligro es la sutileza y el sigilo profesional con el que se mueve el Régimen. Así se cargaron la Constitución Provincial, la Legislatura, el Poder Judicial, la prensa, la Defensoría del Pueblo, los colegios profesionales. Ninguna institución republicana quedó inmune, mientras Córdoba se hunde en la pobreza, el desempleo y la violencia.


Ahora acudimos azorados al último estadio del Régimen: el avasallamiento a los opositores. Con billetera, promesas de obras, lo que sea. En las últimas semanas, varios intendentes y jefes comunales que ganaron elecciones por mi partido, sin sonrojarse demasiado, bajaron banderas y cruzaron a la otra vereda.


Lo interesante son las razones que dan, que se resumen en la palabra “gestión”. Sobre el altar de “la gestión”, pareciera que estos ex radicales están dispuestos a sacrificar principios, doctrina y hasta la propia madre si fuera necesario. ¿Es esto legítimo o atendible, siquiera? Esta posición la suelen completar, como resulta lógico, con un menosprecio a los que defendemos la necesidad y la vigencia de la doctrina del Radicalismo. Hablar de la historia o la filosofía del partido es, según su visión, habladurías sin sentido. A fin de cuentas, lo importante es “darle soluciones a la gente”, y si Llaryora promete billetera, corresponde ir presuroso a su abrazo.


Pareciera entonces que los principios o la honorabilidad política se contraponen con esas soluciones. Sin embargo, la verdad pasa por lo opuesto: sólo la salida moral, sólo la ética y el principismo pueden superar las crisis. Esta es la justificación histórica del Radicalismo y el motivo por el que nació en la vida nacional.


Vuelvo a la frase del título. No podemos los radicales dejarnos tentar por la lógica materialista, decadente e indigna de los pragmáticos, que si acercan soluciones, son sólo para sus amigos poderosos. Pese a la voracidad del Régimen Cordobés –falaz y descreído–, la realidad también se impone y por eso buscan acercar opositores: con ellos buscarán la permanencia en el poder, merced a la disminución del único partido que los puede superar. Y si la pifian rotundamente (como lo vienen haciendo), Llaryora, Passerini y compañía presentarán a la sociedad un fracaso mancomunado, compartido con las demás fuerzas políticas.


No hay que amilanarse. Después de todo, este partido las ha pasado a todas. Y los principios que durante 132 años ha levantado el Radicalismo no sólo permiten caminar con la frente en alto y dormir tranquilo por las noches, sino que dan pie para hacer los mejores gobiernos. Si no se lo ofrece dignidad, honorabilidad y lealtad a la ciudadanía, ¿cómo se pretende hacer una buena gestión?
La mejor de todas –lo dicen los indicadores– fue la de Arturo U. Illia, que nos legó una clara definición: “la política no es el arte de lo posible; gobernar es simple y sencillo, basta con no transar con lo inmoral…”.


Levantar las banderas del Radicalismo es levantar la fe cívica, la fe en la dignidad de nuestro pueblo. No somos pocos los que estamos comprometidos con esa causa. ¡Adelante los que quedamos!


SERGIO PIGUILLEM
CONCEJAL- BLOQUE UCR

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