La Ética fue muy importante para el pensamiento en la Ilustrado, ejemplo de ello es Immanuel Kant, filósofo alemán, que la consideraba fundamental para el desarrollo de cualquier posible sociedad que se precie de soberana y libre. Fiel a su posición de filósofo representante de la Ilustración, solo era posible una Moral en un sujeto libre de pensamiento, capaz de actuar a partir de su propia capacidad de razón.
Dicho esto, me gustaría distinguir entre Ética y Moral, pues a lo largo de esta editorial se irán usando en forma indistintas, aunque siempre hay que tener en cuenta su raíz de significado.
Ética: teoría o ciencia del comportamiento moral de los hombres en sociedad, es decir, es la investigación o explicación de la experiencia moral, pero considerada en su totalidad, diversidad y variedad. Lo que en ella se diga acerca del fundamento de las normas morales, la consideración de lo que es bueno para el hombre o en qué consiste su felicidad, tiene la pretensión de ser válido para todo hombre, más allá de su época o sociedad. En este sentido se prioriza su carácter teórico que busca esclarecer principios y normas universales.
Moral: es un sistema de normas, principios y valores, de acuerdo con el cual se regulan las relaciones mutuas entre los individuos, o entre ellos y la comunidad, de tal manera que dichas normas, que tienen un carácter histórico y social, se acatan libre y conscientemente, por una convicción íntima, y no de un modo exterior o impersonal. En esta definición aparecen claramente dos ámbitos: el normativo, constituido por normas o reglas de acción que enuncian la conducta debida y permiten emitir el juicio moral como bueno o malo de la conducta efectivamente realizada y el ámbito fáctico referido al acto humano efectivamente realizado, en un tiempo y lugar determinado, e independiente de cómo estimemos que debiera ser.
Con esta distinción entre ética y moral, diremos que la Moral de Kant está en un periodo de residencia en el sujeto como agente responsable de sus actos, esto nos deja una ética de la conciencia, pues somos nosotros los únicos responsable de la bondad o maldad de nuestro proceder. Así como en su texto, Critica de la Razón Pura, expuso su teoría del conocimiento, su ética fue desarrollada en La Crítica de la Razón Práctica, obra no fácil de leer, pero de una lectura necesaria para comprender nuestro presente.
La consciencia Moral.
Fiel a su estilo ordenado y metódico, comenzó su análisis de los actos morales, sentando las bases en la creencia de que todo ciudadano posee a priori una consciencia moral ordinaria, una mínima idea del bien, y que esta es independiente de los actos de la naturaleza, en esta no existe la maldad o la bondad, esa idea es propia del sujeto racional.
¿Por qué es propia de él y ajena a la naturaleza?, esto lo explica su teoría del conocimiento; al no poder conocer el Noúmeno, solamente conocemos el Fenómeno, por lo tanto, lo que conocemos de Moral, es lo que reside en nuestra razón, lo que es brindado por los sentidos y aprendido a través de nuestras categorías a priori.
Luego de esto, pone como condición sine qua non el obrar siempre con Buena Voluntad, explicándonos que, a pesar de cometer errores, si nuestro obrar es desde una buena intención, no seremos pasibles de reproches morales por parte de nuestros semejantes. El cumplimiento del Deber por el deber mismo, más una buena voluntad, conforman una acción moral irreprochable para este representante ilustrado.
La moralidad es hoy, aproximadamente lo que era para Kant. Quien nunca leyó o escucho hablar del maestro de la Ilustración, la define casi por decantación en términos kantianos. ¿Pero cuáles son las críticas que se le realizan a esta moral tan estricta en sus preceptos?
La caída en el individualismo.
Al poner como condición primera realizar los actos munidos de buena voluntad, no importa el resultado de la acción, sino solamente su intención, por lo que la acción propiamente dicha pierde interés, carece de un fin, deja al agente actuante a merced de su obediencia a lo dictaminado por el imperativo categórico universal previamente aceptado, precisamente por su universalidad. Esto nos aleja de la idea que tenía Kant de un sujeto hacedor de su propia historia, un sujeto” moderno” y autónomo.
Como la idea de bien reside en la consciencia del agente moral, solo contamos con su conciencia moral ordinaria como base de inicio, lo que nos lleva a preguntarnos qué pasaría si esa consciencia inicial fuera manipulada de tal manera que su inclinación fuera hacia la maldad, el agente creyéndose munido de su buena voluntad actuaría en contra de sus semejantes, creyéndose portador de una buena acción, cuando en realidad, él que fue tomado como medio para un fin, no sería pasible de reproche moral, a pesar del daño causado, por contar en su acto con una buena intención. El imperativo categórico, aquel que dicta que todo hombre debe siempre ser un fin, nunca un medio, seria violado, pero sin poder reprocharle al agente su acción inmoral.
La buena voluntad, la que nos lleva al cumplimiento del deber sin inclinación es tan subjetiva, es tan dependiente del agente, que sería posible una moral para cada uno, porque cuando el agente considere realizado el acto desde una buena intención, tendrá razones para universalizarlo, para desear que todos actuemos en ese sentido, lo que nos lleva a la realización de normas externas que nos sirvan como guía, que le den un marco mínimo a seguir, justo lo que Kant quería evitar, la dependencia de lo externo, la creencia que fuera del sujeto, resida el fin moral. Esta buena voluntad en sí misma, solo será aplicada si termina ajustándose a normas establecidas por sujetos que a su vez hubieren tenido buena voluntad en el pasado, por lo tanto, habrá sujetos que no tendrán el momento de aplicar su buena voluntad, pues estarán regidos por las normas ya escritas con anterioridad. Si la moral en nuestro tiempo, es lo que fue para Kant en aquel, ¿Cómo aplicamos nuestra buena voluntad, como cumplimos con el deber por el deber mismo, si ya está escrito como y cuando cumplirlo?
Por el Filósofo Marcelo Rippa