Este artículo titulado El proceso de colonización, el cipayo vernáculo, en el cual intentamos exponer desde los textos Los profetas del odio y la yapa, y Manual de zonceras argentinas, ambos escritos por el pensador, escritor e intelectual peronista, de extracción radical Arturo Jauretche, donde describe como principio de extranjerización y ocultamiento de nuestra cultura, la derrota de Juan Manuel de Rosas a manos de Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros en el año 1852, citando en renglones siguiente la posibilidad de un segundo Caseros para 1955, aunque reconoce las diferencias de época.
En estos procesos de pérdida cultural nace y se reproduce la “intelligentzia” argentina, negando lo nuestro en pos de lo extranjero. El representante, y quien le dio estructura a esta epistemología, es para Jauretche, el maestro por antonomasia Domingo Faustino Sarmiento. Este, dice Jauretche, a partir de su texto Facundo, civilización o barbarie, en las pampas argentinas, expresa un pensar nacional ya existente pero oculto en una pedagogía eurocéntrica colonial.
Pone énfasis en la necesidad de recuperar lo “nuestro” a partir de una simbiosis con las culturas extrajeras, principalmente la europea, la conformación de un polo intelectual con una pedagogía multicultural a partir de la inclusión, partiendo de los conocimientos de nuestros originarios, más la aceptación de lo impuesto por los colonizadores, pero en un plano de igualdad cultural.
A través de sus obras, Jauretche busca despertar una conciencia nacional y latinoamericana, promoviendo una identidad auténtica y emancipadora. Su pensamiento, unido a una filosa pluma, ha tenido una influencia de importancia en el desarrollo del proyecto nacional, contemplando permanentemente la idea de “Patria Grande”, que llevo adelante el justicialismo tanto en Argentina como en la región, siendo tomado en muchas oportunidades como el intelectual más representativo del peronismo.
Por todo esto, nuestra hipótesis para este trabajo es: existe una epistemología que, a través de una pedagogía acorde, nos coloniza a diario desde distintas instancias con pensamientos predominantemente eurocéntricos, debilitando nuestra cultura, favoreciendo la extracción de conocimientos y materias primas, exprimiendo a nuestros pueblos y haciendo estériles todos los esfuerzos de independencia. Consideramos que la presencia del “Sujeto Peronista” en la historia política Argentina y regional, de una u otra manera intentó nivelar los poderes imperiales, siempre lacerantes con la sociedad. Nuestro pensamiento, desde el sujeto peronista, liberados de la episteme eurocéntrica, y como periféricos en su desarrollo, son el futuro de la región.
El proceso de colonización, el cipayo vernáculo
El desarrollo del pensamiento en nuestro país se expresa históricamente entre dos tendencias: un pensamiento colonizado, modernizante, capitalista, promovido por los sectores dominantes locales, legitimando una sociedad fuertemente ligada a Europa, negadora de la propia cultura nacional. Por otro lado, se menosprecia el pensamiento popular o las producciones propias de nuestro pueblo, aquella del ser y estar, que lleva implícita en ella una comprensión del espacio-tiempo y de la realidad con particularidades distintivas a la perspectiva europea. El desarrollo del pensamiento europeo se consolidó en el Abya Yala, por procesos históricos de dominación política y expansión territorial de las potencias europeas, desde el siglo XV, exportando la “Modernidad” hacia los territorios conquistados militarmente, e impulsando en el plano filosófico lo que van a consagrar los pensadores europeos como universal, con la distinción de estadios de civilización, el concepto de raza, la creación de “categorías de hombres”, todo esto bajo el influjo de las sociedades y pensadores europeos, particularmente españoles, ingleses y alemanes. Esta jerarquización de las sociedades y las culturas ha sido por siglos reproducida de tal modo que ha existido, hasta nuestros tiempos, esta hegemonía del pensamiento europeo, sus construcciones científicas y tecnológicas, la perspectiva política de la individualidad y el reduccionismo metodológico propio del liberalismo, lo que Juan Perón llamaba el “demoliberalismo”, ha universalizado la economía de mercado y la distinción entre países centrales y periféricos. En este marco de discusión, Arturo Jauretche comienza, tras la caída del gobierno justicialista en 1955, a cavilar sobre la necesidad de producir un pensamiento propio, que recupere e incorpore a las masas de nuestro país, manteniendo en posición expectante la conducción gubernamental de aquellas, a la doctrina peronista y su líder, Juan Domingo Perón, con el propósito de reivindicar un pensamiento nacional y popular en oposición al pensamiento liberal, eurocéntrico, que excluía los procesos de recuperación nacional de la Patria Grande.
Consideramos que luego de la derrota en la batalla de Caseros, y con ella del proyecto nacional, se inicia una etapa filosófica muy afín al pensar europeo, como parte de la consolidación de las élites dominantes y de su propio proceso de constitución como núcleo dirigente de la economía y la política. Ese predominio cultural funda un pensamiento pretendidamente sostenido hasta el siglo XXI, centrándose en la dualidad civilización o barbarie, donde lo primero refiere a toda aquella producción cultural, ideológica, filosófica y política de los países centrales, jerarquizado en el sistema-mundo que venía predominando desde la conquista, característico del pensamiento imperial; barbarie, por otro lado, era lo propio, y era bárbaro solo por serlo; de lo nacional y popular de nuestra cultura se rescata nada más que lo romántico, su vestimenta, un tipo de danza, sus comidas típicas. Los verdaderos problemas, esos que definen la autonomía de los pueblos, eran tratados con categorías extranjeras.
Incluso en su Manual de Zonceras Argentinas califica a esta dicotomía, civilización y barbarie, como la “madre de todas las zonceras argentinas”, es decir el anclaje epistemológico de un conocimiento reproductor de la dominación cultural de Europa y Estados Unidos, respecto de nuestra propia cultura. Más aun, continúa enfatizando esta posición, advirtiendo y destacando la centralidad que adquieren las matrices de pensamiento como fundantes de los órdenes políticos, en una lucha contra la línea histórica nacional descripta por los intelectuales afines al eurocentrismo como: Gobierno Federal (o federalismo nacional), Radicalismo Yrigoyenista y Revolución de 1945 (o inicio del peronismo, con Perón en el ministerio de trabajo). Reconoce en Sarmiento y en su libro Facundo, a quién primero sistematiza esas ideas, pero que sin embargo preexistían como pensamiento de las élites, dejando a aquel solamente la tarea de formularlas en un texto, reafirmando el pensamiento de nuestros criollos como cipayos vernáculos para afianzar sus ideas neocoloniales.
Estas ideas son centrales al momento de pensar en la revalorización del pensamiento nacional y su relación con proposiciones en el encuentro con otros pensamientos. Es importante en este trecho advertir el plantea de una incorporación, un diálogo entre culturas y pensamientos, donde toda aquella producción eurocéntrica sea asimilada, es decir incorporada a principios y fundamentos nacional populares, que le sirvan de marco y lo enriquezcan. La crítica al pensamiento eurocéntrico no significa una crítica al pensamiento europeo, sino a su predominio en comunión con las élites locales frente al pueblo, a una cultura toda, la idea de superioridad racial desplegada por la conquista entre países centrales y periféricos, conquista que fue entendida como dominación y no como inclusión. En este proceso de dominación y colonización económica, política y pedagógica, Jauretche pone el acento en el plano epistémico, alude a la importancia de la multiculturalidad, de la construcción de un pensamiento nacional que incorpore otras categorías y modos de concebir y producir la realidad, pero siempre subsumidas dentro de lo producido desde la matriz nacional y popular.
Lo que se cuestiona seriamente es el reduccionismo de las elites promoviendo únicamente un pensamiento dominante eurocéntrico y, a partir de ello estructurando un Estado como tal hasta bien entrado el siglo XX, consolidando valores sociales hegemónicos, anulando antagonismos propios de nuestra América, y con ellos el proceso de evolución social, dejando solo apotegmas muy alejados de nuestras culturas. Este proceso de imposición hegemónica sólo fue cuestionado durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen y profundizado en el gobierno de Juan Perón, con el desarrollo de la doctrina Justicialista, encarnando históricamente la consolidación de un pensamiento nacional y popular.
Es en este punto que desde el anticolonialismo peronista-Doctrinario se denuncia a las élites como imposibilitadas de leer la historia, pues parten de una dualidad jerárquica que opera como obstáculo para reconocer la propia cultura, el pensamiento propio, la conformación de la “Patria Grande” latinoamericana, en fin, el desarrollo de una episteme propia. A partir de esta dualidad Civilización-Barbarie, el ideólogo, el intelectual eurocéntrico, extranjero o nativo, se siente civilizador frente a la barbarie. Lo propio del país, su realidad, está excluida de su visión. Viene a civilizar con su pensamiento eurocéntrico, lo mismo que la Ilustración, el Renacimiento (“pienso, luego existo”) los Iluministas y los liberales, mejor denominados “demoliberales”, del siglo XIX; así su ideología es simplemente un instrumento civilizador más. No parten del hecho y las circunstancias locales; esto y aquellas son excluidas sin previo estudio por bárbaras y, excluyéndolos, excluyen la realidad local, definiéndola a partir de categorías foráneas.
Por el filósofo Marcelo Rippa