¿Qué es tuyo? ¿Qué es nuestro?

22_febrero_antartida
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A veces las preguntas más sencillas son las que esconden las mayores complicaciones. No solo porque tenemos que definir lo nuestro, sino porque al definirlo, también definimos lo que no nos pertenece. Lo ajeno.


Podemos decir que es nuestro aquello sobre lo que tenemos propiedad, control total, determinación sobre el destino de esa cosa.
En el caso de los países, esa propiedad se funde en un concepto más abarcativo, el de soberanía.

Se confunde la soberanía territorio. Lo podemos ver como el punto básico, el inicio de su determinación. Tener soberanía sobre las Islas Malvinas es un objetivo nacional irrenunciable, como el de la defensa de una soberanía menos determinada, como el de la Antártida. (Sobre Malvinas no hay dudas)

La Argentina de Milei está consolidando explícitamente lo que se viene gestando desde hace décadas, casi ininterrumpidamente, la renuncia a la soberanía, es decir al poder total sobre una cosa y su destino.
Veamos.

La soberanía territorial se ve amenazada mediante la derogación de la Ley de Tierras, esa que limita la propiedad de los extranjeros a cierta superficie máxima. Lo cierto es que existen muchas maneras de eludir esa limitante. El primero es no controlar realmente las titularidades de estas tierras.

Alberto Fernández y la Gobernadora de Rio Negro entregaron en concesión 625.000 hectáreas de tierras para la construcción del parque eólico que alimentaría la planta australiana de Hidrógeno Verde, empresa de capitales “británicos”. Prestemos atención a las dimensiones.
La soberanía marítima ya es un “lugar común” en los discursos “soberanistas” y sin embargo las soluciones, que pasan por hacer un uso nacional del mismo, tanto dentro de las 200 millas como “fuera” de ellas, como cualquiera de las embarcaciones españolas, japonesas, coreanas, etc. que por allí navegan, a través del impulso de la industria naval y pesquera, además del apoyo permanente del control marítimo por parte de la Armada.

La soberanía aérea es perforada como un queso en las fronteras del norte ante el avance del narcotráfico, pero no solo eso, vuelos privados han comenzado a surcar el espacio aéreo nacional para ir de Chile y Uruguay hacia nuestras Islas Malvinas.

La soberanía subterránea padece la falta de control exhaustivo de los estados provinciales y nacionales respecto de volúmenes y contenidos exportados. Ya el propio código minero en su Art. 9º – El Estado no puede explotar ni disponer de las minas, sino en los casos expresados en la presente ley, limita expresamente la explotación por parte del Estado. Hoy son los privados, en su mayoría extranjeros, quienes aprovechan casi sin regalías, nuestros minerales. El argumento de que “dan trabajo” es un concepto perverso que requiere otro análisis.

La soberanía fluvial, ampliamente comentada en estas columnas, se refleja en la falta de manejo integral de la cuenca Paraná-Paraguay, tanto en su gestión hidrodinámica, de seguridad fluvial y policial como aduanera. La entrega de esta soberanía se ve reflejada en la pérdida de decenas de miles de puestos de trabajo, miles de millones de dólares perdidos en fletes y seguros regalados a extranjeros. El acuerdo con Uruguay para NO CONSTRUIR EL CANAL MAGDALENA es la versión más reciente de entrega de soberanía. Pero la prórroga de la concesión de la Terminal Necochea (Quequén) no se queda atrás.

La soberanía espacial, que ganó notoriedad con la entrega directa que hizo el ex Presidente Macri de los satélites nacionales a empresas europeas y la reciente “vocación entreguista” de J. Milei, ante, para él, seductor héroe Elon Munsk, es claramente una soberanía moderna y del futuro.

Sin embargo, existen nuevos conceptos de soberanía que se adicionan y enriquecen las miradas que podemos tener. Estas tienen otro acercamiento. La posesión en estos casos, se fija en necesidades.

La soberanía alimentaria, por ejemplo, esa que tiene por objetivo defender el derecho de garantizar el acceso de comida de acuerdo a los criterios del propio pueblo.

La soberanía sanitaria que garantiza el acceso a la saludo del pueblo de manera universal, de acuerdo a los valores y criterios culturales de los propios pueblos.

La soberanía educativa que tiene por objetivo asegurar el acceso a una educación integral al pueblo en todos los niveles.
La soberanía científica es aquella que maximiza la autonomía nacional respecto del control del desarrollo tecnológico en general y que asegura la independencia del pago de regalías por avances que podemos hacer nosotros y la obtención de beneficios por el uso de la educación e inteligencia de nuestro pueblo.

La defensa de cada una de estas soberanías (entre otras) constituye elementos fundantes de un Estado Nación, del honor de un pueblo, de la fe de una Nación en su futuro.

Hoy que se habla de fracturas nacionales, que se reflota míticos planes sobre la Patagonia o de dividir el país en dos. Que el desquicio ganó el debate público y publicado, es necesario entender que todas estas iniciativas se generan en personas que no solo no conocen el interior, a su pueblo y sus carencias, sino que obedecen a patrones que abrazan, alaban y enaltecen. Sus negocios y objetivos, seguro no son los nuestros.
La soberanía no es un concepto perimido ni romántico, es el concepto que resume la pertenencia de un pueblo a un espacio y a una comunidad y viceversa.

La soberanía indica, en definitiva, lo que es tuyo, lo que es nuestro.

Por Félix González

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