Escritura de las complicidades

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¿Vale la pena escribir y no sentirse cómplice? ¿Se puede evitar la complicidad con la escritura?


En tiempos tormentosos, sin encontrar reparos, es imposible no mojarse. Buscar aleros contenciosos es una peripecia cotidiana. Amparos, amparos, grita el hambriento estar ahí de quienes no quieren ser. Amparos como besos, como cariños necesarios. Amparos como costas para náufragos en crisis.

En la enorme movilización que se realizó en Córdoba como repudio al intento de asesinato de la expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, encontré al reconocido antropólogo, Alejandro Grimnson, quién ya había participado de una conversa, promovida por la organización La Hora de los Pueblos, en la vieja casa Histórica de la CGT Córdoba.



En esa oportunidad inesperada, donde ya Grimnson había tomado la decisión de renunciar al cargo platónico de asesor presidencial, intercambiamos impresiones sobre la situación de contexto y ambos compartíamos que una gran preocupación se concentraba en la falta conducción política de esa gigantesca serpiente multicolor que representaban miles y miles de cordobesas y cordobeses, movilizados por razones y perspectivas que desbordaban la causa misma de convocatoria a la marcha en curso en esa instancia.

El problema, entendíamos, eso creo, no era solo instrumental. No era solo un problema basado en la cuestión organizacional. El vehículo ausente tampoco tenia en sus tripulantes los consensos programáticos suficientes como para saber hacia dónde se quería ir. Un derroche voluptuoso, casi onanista, de fuerza popular.

La gramática de la calle se volvió babilónicamente inentendible. Parménides se hubiera abrazado a Pericles y de la mano se hubiesen lanzado por algún precipicio. Nunca se vio escribir como Poe a tantos progenitores de la actual pesadilla. La posverdad o el disfrazado de verdades, venció hasta disparándose en los pies y en las manos. Una victoria a lo Larry, Moe y Curly. Un prodigio impensado de un inagotable circo criollo.

Entonces, ¿para que escribir, si los portavoces facilitaron la deslegitimación generalizada?. Sin embargo, hay una escritura invisible, todavía. Una discursividad del silencio que recorre el interior del pueblo como un fantasma restituyente y reparador. Un blues negrísimo que se entona en las esquinas compañeras. Un tembladeral en ciernes como los que nos prueban en las sierras de Córdoba. Una inorgánica y fluctuante advertencia, del monte y de la tierra. Pero… ¡hay tanto cemento y cbu entre los totem y los mitos!

Tal vez por eso, Kevin insiste con su zanahoria semanal ante este fabulador descalzo. Es que, a lo mejor, sin haberlo leído, Kevin también recita aquel bellísimo y significativo poema de Juan Gelman, como un llamamiento Robinsoniano, y dice:” …Se sienta, y empieza a escribir.”

Rodrigo de Unquillo

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