UNA MIRADA NACIONAL SOBRE JULIO ARGENTINO ROCA

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Existe la manía de dibujar en blanco y negro a personajes y hechos de nuestra historia Argentina que provienen de una realidad mucho más compleja. Se los trata casi con conciencia escolar, esa que divide a los próceres entre “buenos y malos”, y que quita al elemento “tiempo” del proceso histórico, que es algo así como quitarle el ritmo o la melodía a la música. Un completo sinsentido.

En el vasto panorama de figuras históricas que a menudo han sido vilipendiadas, emerge Julio Argentino Roca como un personaje central en la fundación del Estado moderno argentino, y a él le debemos la preservación de La Patagonia como territorio argentino. Sin embargo, la campaña de demonización sistemática contra Roca, entre otros motivos, ha estado vinculada a la noción de “desmilitarización” de nuestra historia. La contradicción aparente de un militar profesional, quien además fue presidente constitucional en dos ocasiones, siendo el arquitecto del Estado Nacional, choca con la interpretación histórica dinamizada por nuestra progresía vernácula, que tiende a dividir la historia entre “militares golpistas” y “civiles democráticos”.

Para superar este reduccionismo simplista, es imperativo destacar que la historia no puede ser encasillada en categorías tan rígidas. Esta pequeñez argumentativa puede ser destruída en dos renglones: Martínez de Hoz era civil, y San Martín militar. Esta absurda dicotomía no sólo es insuficiente sino que también socava la complejidad de la realidad histórica. Por tal motivo, entendemos que la visión de Roca como un militar que desempeñó un papel determinante en la construcción de la Argentina grande no debería ser eclipsada por prejuicios ideológicos o simplificaciones que buscan encuadrar a los personajes históricos en la estrechez de la categoría de los “próceres malos”.

Consideramos que la crítica infundada hacia el General Roca es un grave error histórico, muy posiblemente motivado por un deseo humanitario hacia nuestros pueblos aborígenes, cuya tragedia no podemos pasar por alto. Sin embargo, esta crítica, aunque nacida en un espíritu compasivo, carece de fundamentos sólidos para calificar a Roca como “genocida”.

En el caso específico de la acción militar en La Patagonia en 1878, es crucial ahondar en las complejidades de una larga guerra que no se puede reducir a etiquetas simplistas. La narrativa de la llamada “Conquista del Desierto” fue mucho más que un episodio unilateral de opresión del “blanco” sobre el indígena. Desde 1820 hasta 1882, sufrieron alrededor de 7600 bajas, según el inventario del indigenista Martínez Sarazola. Esta cifra, aunque impactante, revela la magnitud del conflicto que involucró no solo a los indígenas, sino también a los criollos, que experimentaron la pérdida de 3200 vidas, entre fortineros, pequeños propietarios, viajeros, hacendados, mujeres, niñas y autoridades militares.

Roca, quitando todo velo de prejuicio abstracto, exige un examen histórico riguroso y honesto en términos intelectuales, lo exige por la enorme gravitación del ciclo político que lideró durante un cuarto de siglo en la construcción de la Argentina grande. Y ese análisis no puede caer en un dictamen “ético” o en la retórica emocional que opera en el vacío, sin atender las circunstancias y creencias de la época que pretende ser juzgada y revisada.

Resulta que, si nos quitamos el velo del prejuicio infundado, Julio Argentino Roca afrontó los temas claves que aún hoy sacuden el horizonte argentino y suramericano.

Pero lo fundamental es que con Roca vuelve al país el concepto de una política del “espacio”, en términos geopolíticos. La primera tarea que realiza el ejército nacional es la conquista del desierto. En ese sentido, Roca expresa la posición firme de lo nacional y la decisión del Ejército de no aceptar más retaceos y desmembramientos a la República, sino confirmar su extensión, puesta en peligro por los intereses chilenos y de la Corona Británica.

Como dijimos, la Campaña del Desierto no fue una cruzada contra el indio motivada por el mero goce del racismo blanco, sino una maniobra militar tendiente a excluir a Chile de la Patagonia, barriendo cualquier aspiración de apropiación por parte del país hermano respecto de tan extenso como valioso territorio. En ese sentido, la acción de Roca permitió que nuestro país extendiera el territorio nacional, desplazando el límite que fijaba el Río Negro y, como resultado de esta nueva ocupación, la Argentina también pudo reclamar territorio antártico e insular en el Atlántico Sur.

El malón en Río Cuarto.

Los malones no eran tácticas defensivas contra los blancos “invasores”, sino expediciones sistemáticas para capturar botín y venderlos en Chile, capturando animales y armas, asesinando hombres, secuestrando mujeres y niños. Una verdadera industria del saqueo.

Todas las poblaciones del Sur provincial cordobés recibían periódicamente la temida visita de los indios, pero Río Cuarto fue una de las preferidas por el malón.

En 1864, por ejemplo, nuestra Villa de la Concepción fue atacada durante cinco días. En uno solo de esos ataques, se llevaron cincuenta familias cautivas, cincuenta!. En otro asalto son muertas 21 personas, 11 heridas y 62 cautivas, particularmente niñas, por las que piden elevados rescates. Esto lo documentó el historiador cordobés Roberto Ferrero.

Suponemos que en el ánimo de quienes hoy juntan firmas para quitarle el nombre de Roca a nuestra plaza mayor y a nuestro Boulevard, no estará la defensa de tan tremendos ataques, saqueos y secuestros, sobre todo de mujeres. En todo caso, lo deberán explicar.

Roca presidente.

Veamos brevemente algunas de las políticas del roquismo en el poder, muchos lectores se sorprenderán: federaliza Buenos Aires, establece la unidad monetaria; dicta la ley de educación laica, obligatoria y gratuita, se incrementa un 100 % la matrícula; se reemplaza la educación enciclopedista, abstracta y universalista por una educación estrechamente vinculada con la realidad Argentina, de índole técnico-industrial; crea el registro civil en el ‘84 de modo de registrar los nacimientos y las muertes; da una alta inversión pública en el interior con los recursos de la aduana del puerto; en política territorial fija soberanía sobre la Patagonia y defiende la soberanía de Malvinas; en relación a los ferrocarriles incrementa los estatales en regiones que no le importaban a los británicos; prohíbe los ejércitos provinciales; sanciona el código minero; encomienda a Bialet Massé un informe sobre la clase obrera, y luego se propuso un código de trabajo (en el que trabaja, entre otros, Ugarte y Bunge), en el que se propone jornada de 8 horas, descanso semanal, salario mínimo, protección de niños y mujeres en el trabajo, responsabilidad patronal en accidentes de trabajo, etc.

Por otro lado, Roca fomenta el desarrollo de las bodegas en Cuyo y el azúcar en el norte; impulsa la realización de perforaciones en Comodoro Rivadavia, que dieron como resultado el descubrimiento de petróleo; activa el desarrollo de la industria pesquera; instala observatorios meteorológicos, entre ellos, el más austral del mundo en las Orcadas del Sur, con lo que se tomó posesión de la Antártida Argentina.

También fue Roca el que sentó los precedentes en el tema base de la política suramericana: el ABC (Argentina, Brasil, Chile), esa acción roquista, insertó a nuestro país en lo más fino de la geopolítica mundial; entre tantas medidas a destacar.

En 1898, en su segunda presidencia, exactamente 35 años después de la última protesta, nuestro país retomó el ciclo de reclamos ante Gran Bretaña por Las Islas Malvinas y los archipiélagos de nuestro Sur. La originalidad es que por primera vez junto con la protesta se solicitó resolver el tema de la soberanía recurriendo a un arbitraje internacional.

Roca ocupa un sitial crucial en nuestra historia nacional, y su comprensión debe ir más allá del reduccionismo de su figura como uno de los “próceres malos”. Para poder entender la totalidad de nuestra historia, debemos reconocer que el roquismo desempeñó un papel mediador esencial para el surgimiento del movimiento nacional en Argentina.

El sentido profundo de la historia nos insta a comprender al roquismo como una mediación naturalmente necesaria, como una fase que actuó como puente entre la experiencias pasadas y el desarrollo del movimiento nacional contemporáneo, ya que este movimiento no surge de la nada, más bien encuentra sus raíces que se entrelazan con fases políticas que, aunque en su momento pudieron ser moderadas e incluso conservadoras, sentaron las bases para la evolución política y social a lo largo del tiempo.

Por eso, es necesario entender que los procesos históricos son complejos y multifacéticos, y el roquismo no puede ser reducido a una etiqueta de exclusivo juicio moral. En lugar de verlo exclusivamente como una figura polarizada, es necesario analizar su legado bajo el prisma del contexto y las circunstancias de la época. Al mirar atrás, debemos evitar la tentación de juzgar a figuras históricas con los criterios éticos contemporáneos; más bien, debemos contextualizar sus acciones en el marco de su tiempo y, en todo caso, juzgar si tributaron a favor o en contra del desarrollo soberano de nuestra nación.

Una conciencia del pasado fundada en conceptos vinculados a la realidad y no a la fábula moralista de confrontación entre “buenos y malos”, es un elemento básico para poner en pie cualquier proyecto de desarrollo y asentarlo sobre bases fuertes y provistas de la consistencia que se requiere para mantener un esfuerzo prolongado en el tiempo.

Fuente: Gustavo Matías Terzaga.

Pte. de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico “Arturo Jauretche”.

Río Cuarto, Córdoba..

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