Sabemos por Jorge Abelardo Ramos que en los países semicoloniales como el nuestro y en los países latinoamericanos y en general subdesarrollados del mundo periférico, las potencias occidentales, más que imponer su cultura a través de la fuerza militar, lo hacen a través de la economía y también mediante la difusión de un dispositivo cultural que acompaña su posición dominante en el escenario global. La consecuencia o el éxito de este influjo cultural es la sofocación de todo intento de aparición de una conciencia nacional en los pueblos de la periferia. Ese es el cometido: promover la desorientación y la debilidad ideológica de las sociedades oprimidas.
En ese sentido, la adopción acrítica de elementos culturales extranjeros naturalmente obstaculiza el desarrollo de una conciencia nacional sólida y auténtica, que es esencial para el surgimiento y la consolidación de una cultura propia. Uno de los mecanismos fundamentales para lograr ese cometido por parte de los poderes hegemónicos internacionales a través de las oligarquías vernáculas es lo que Arturo Jauretche denominó la “política de la historia”.
En su obra “Política Nacional y Revisionismo Histórico”(1959), Arturo Jauretche presenta una lúcida crítica a la concepción tradicional de la historia argentina que, según el planteo de su problema, ha sido moldeada por visiones extranjeras y elitistas. Jauretche desató una batalla desde su pluma para promover una perspectiva revisionista que busque rescatar la identidad nacional y poner en valor la cultura genuina del país. Nuestro autor sostiene que la historiografía oficial, la historiografía oligárquica (la historiografía de la única y verdadera casta argentina) o historiografía mitrista dominante, ha estado fundada por las corrientes eurocéntricas, ignorando las realidades específicas de la Argentina y promoviendo una visión sesgada de los acontecimientos históricos. En efecto, Jauretche utiliza este concepto para referirse a la manipulación de la historia para que calce con determinados fines políticos, destacando cómo la interpretación de los hechos históricos puede ser utilizada para consolidar el poder de determinados grupos o clases sociales dominantes que buscan perpetuar esquemas de valores e intereses.
Milei, la economía social y la política de la historia.
La propuesta de instalar una nueva “política de la historia” por parte del presidente Javier Milei parece ser un intento estratégico de legitimar o justificar un severo plan de ajuste que, a poco de andar, se confirma como antipopular y contrario a los intereses de la Argentina. Esta estrategia implica una narrativa que incluye la reinterpretación de eventos históricos, poniendo el acento en “supuestos errores del pasado” y en la necesidad de corregirlos mediante medidas de ajuste y de una transformación integral de la estructura económica, social y cultural del país. La auto percepción de Javier Milei como “el autor del fin de la decadencia argentina”, ve a las décadas que van desde 1920 hasta 2023 (lo ha vuelto a repetir en su discurso en Davos) como un período caracterizado por intervenciones estatales que considera perjudiciales para el desarrollo económico y social de nuestro país y, sobre todo, para las libertades individuales. Al presentarse como una figura contraria a estas tendencias políticas, busca posicionarse como un agente del cambio y la renovación integral. Esta autopercepción y ese desarrollo de sentido de Milei como el “autor del fin del declive y la decadencia argentina” está vinculada a su imagen de “outsider” político, alguien que se presenta como ajeno al establishment tradicional al cual él y su equipo denominan “la casta”. De esta manera, este enfoque anti establishment resuena y cuaja bien con aquellos que buscan una ruptura con el pasado. La idea de ser el símbolo de una “nueva era” y de jefe de la “reconstrucción” sugiere un discurso de renovación desde las cenizas para impulsar un cambio positivo, lógicamente doloroso, como una especie de parto que necesariamente hay que transitar para dar a luz a una nueva era para la “argentina del mañana”.
Desde nuestro punto de vista es un completo sinsentido que, para construir el país próspero dentro de tres o cuatro décadas, haya que destruirlo ahora. Más bien, se trata de otra cosa.
El plan y la difusión del relato histórico.
El relato histórico que intenta imponer Milei para dar marco teórico a su plan, presenta a la Argentina como un país que habría surgido en 1820, y que luego de décadas de disputas por las definiciones institucionales, se habría volcado hacia el liberalismo tras la batalla de Caseros, hasta 1920. La noción del mito de que la Argentina era potencia mundial es cuestionable al observar que en el período que va entre 1880 y 1920, si bien el país experimentó un notable crecimiento económico, carecía de industrias y desarrollo tecnológico significativo. En ese período la desigualdad era tan pronunciada que casi la mitad de la población mostraba signos de desnutrición, revelando una realidad social y económica mucho más compleja de lo que el mito que replica Milei refiere; ni qué hablar respecto a la explotación de los trabajadores argentinos, sobre todo, en el campo, en esos primeros años del siglo veinte. Es por eso que, aunque se afirme que la Argentina era una nación próspera, lo era sin su gente adentro, los trabajadores vivían sumidos en la pobreza, llevando una existencia prácticamente subordinada y estando sujetos a la miserabilidad impuesta por sus empleadores.
Milei no hubiera sido ni Alberdiano ni Roquista, Milei hubiese sido Mitrista.
Muy por el contrario, sí se podría señalar que el período posterior a 1920, con la llegada de Hipólito Yrigoyen, marcó un cambio significativo en la dirección política y económica del país en términos de la defensa de los intereses de los trabajadores y la defensa de la soberanía nacional. Este cambio no encajaría con la idea de que la Argentina ya había emprendido un camino de prosperidad que la habría colocado como “primera potencia mundial” bajo premisas liberales. Este discurso libertario, en cierta medida, puede verse como una continuidad de la mirada eurocéntrica y antipopular que Jauretche criticaba. En lugar de abordar las complejidades y particularidades de la realidad argentina, se enfoca en una narrativa que estigmatiza ciertas corrientes políticas con base popular y “colectivista”, y propone soluciones basadas en modelos económicos que ya han demostrado tener consecuencias catastróficas para el pueblo argentino y la integralidad de nuestro país.
Un pasaje que Milei omite cuando cita a Alberdi.
«Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libres, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte»Juan Bautista Alberdi.
En Escritos Póstumos, Tomo X, Buenos Aires, Editorial Cruz, 1890.
La utilización arbitraria y demagógica de los personajes históricos.
Otras de las profundas contradicciones en el relato “de lo histórico”en la posición de Javier Milei se evidencia al citar a Julio Argentino Roca en su discurso de asunción, siendo considerado el dos veces presidente constitucional de los argentinos (1880/ 1886 – 1898/ 1904), el “padre del Estado Moderno”. En verdad, Roca fue una figura clave en la consolidación del Estado argentino y en la expansión territorial con la Campaña del Desierto. Entre los hechos más trascendentales de su política encontramos la federalización de Buenos Aires y la renta de su aduana portuaria, y la nacionalización del ejército, acciones que buscaban fortalecer la unidad nacional y superar las tensiones regionales en el país. La contradicción radica en que Julio Argentino Roca fue el arquitecto del Estado Moderno argentino que hoy cuestiona Milei, y la Campaña del Desierto, que se llevó a cabo para incorporar la Patagonia y consolidar la soberanía nacional- en una original política del espacio, en términos geopolíticos – contrasta con la decisión actual de promover un plan de venta de recursos naturales y empresas estatales a grupos económicos privados trasnacionales, fragmentando a la Argentina y posibilitando la compra y posesión indiscriminada de nuestro suelo a terratenientes extranjeros, con la derogación de la Ley de Tierras promulgada el 28 de diciembre de 2011.
Sin embargo, la idealización de la argentina agroexportadora del período 1880 – 1930, iniciada con Roca, es una distorsión en el discurso del actual presidente. Roca y la generación del ´80 contribuyeron a la construcción y consolidación del Estado argentino de manera que Milei consideraría aborrecible. Milei distorsiona la obra de Roca al reivindicar aspectos que encajan con su agenda de desaparición del Estado y renuncia de la soberanía nacional. Ni que hablar de los originales reclamos soberanos que impulsó Roca sobre nuestras Islas Malvinas, los archipiélagos del Atlántico Sur y la Antártida, que van en sentido contrario con la posición que tiene el actual presidente en favor de los intereses británicos y que son violatorios de nuestra política soberana institucionalizada sobre nuestras islas.
Tenemos economistas argentinos que piensan y sienten en inglés, y a la hora de mirar el problema, lo hacen bajo el prisma de esa influencia y con teorías, categorías y programas que nunca calzan con la naturaleza de la complejidad de nuestros asuntos.
Es necesario volver a las fuentes desde donde se enuncia y manifiesta activamente la Argentina original, la de Leopoldo Marechal y Manuel Ugarte, la de Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche; creada y desarrollada con nuestras propias manos, no como invento vago ni elucubración abstracta y desarraigada, sino como análisis profundo de su esencia, realidad y destino. Leopoldo Marechal nos señaló: “Muchachos, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar la memoria”.
Reina en la actualidad una anomia asfixiante producto del continuo debilitamiento de nuestra comunidad nacional. Pensar en nacional y recomponer el sentido histórico será el elemento subjetivo fundamental que nos permitirá esgrimir con nitidez un programa liberador de la Patria y nos dará el impulso para convencernos de llevarlo a cabo, cueste lo que cueste. Eso será crear para no errar.
Fuente: Iniciativa Politica
Gustavo Matías Terzaga. Presidente de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico “Arturo Jauretche”.
Enero 2024, Río Cuarto, Córdoba